Guía básica para conocer a los grupos esenciales del nuevo pop y rock facturado en Gipuzkoa. Una selección de 12 bandas. Tan heterodoxa y diversa como el propio territorio
Siempre suma que Ibon Errazkin, líder del seminal grupo indie Aventuras de Kirlian, bendiga tu obra. No es muy habitual que el músico y productor donostiarra (Carlos Berlanga, Nosoträsh) se deshaga en elogios y menos con grupos actuales de música pop, tan interesado como está uno de los buques insignia del sello Elefant en ritmos jamaicanos, sonidos más o menos exóticos y hasta en sacar petróleo a la música antigua.
Así es cómo describe Errazkin en Spotify el sorprendente debut de la tolosarra Ana Arsuaga metida en la piel de Verde Prato, a medio camino entre el folclore vasco y la experimentación: «Las primeras veces que escuché el disco me vinieron a la cabeza los momentos más abstractos de Siouxie (ciertas canciones de Kaleidoscope), el folk de clausura de Enmanuelle Parrenin y su Maison Rose o incluso una Lana del Rey en modo medieval. Pero no parecen tanto influencias como coincidencias. Kondaira Eder hura es ante todo un disco personal, un disco envolvente y misterioso para sumergirse y escuchar en bucle, y una presentación inmejorable para una artista llamada a hacer grandes cosas».
En un plano minimalista, pero también atrevido, contemporáneo e hipnótico se encuentra Sara Zozaya. Ganadora del concurso Rockein en 2019, su evolución es una clara muestra de sus capacidades: tras el titubeo mainstream con el grupo pop Nerabe se ha revelado como una de nuestras voces más singulares. En castellano, inglés y euskera, a priori su propuesta puede parecer un tanto fría. Dale más de una escucha: se trata tan solo de una fina capa que una vez atravesada guarda un corazón palpitante, una cualidad mucho más obvia en sus emocionantes directos. Los seis minutos shoegaze de «Rosa», su último single, son la prueba definitiva de que la joven artista donostiarra termina calando como un implacable sirimiri, en lo más profundo.
El desparpajo indie-pop de Kyxo bañado en autotune y el sabor a asfalto periférico de Merina Gris captan el zeitgeist del momento: la libertad y la mezcla de estilos (urbanos) son el primer mandamiento de una nueva generación de artistas. Aunque no son unos recién llegados, el dúo de Getaria Oki Moki ha terminado de consolidar su apuesta por el punk lo-fi gracias al impecable Working Class Pop, su segundo disco (y uno de nuestros favoritos de 2020). Los vídeos del grupo son vistosos y las canciones, cortitas, van al grano. Sus conciertos funcionan igual de bien en un gaztetxe que en una sala más aseada y han logrado dar con una fórmula atractiva desde la autogestión.
Tenpera es otro grupo de filosofía DIY con predilección por las guitarras, en este caso saturadas de distorsión al estilo de Hüsker Du, Sonic Youth o Fugazi. El primer mini LP de estos tres veinteañeros del barrio de Egia de San Sebastián se titula «Buffet» y se devora en 24 minutos. Quizás no aporten grandes cosas al abonado campo del rock alternativo, pero no siempre hay que ser el más moderno de la clase. Más escorado al indie inglés de los 2000 y con algunos dejes noventeros es la música de Soma Cult (un piropo: el estribillo de «What’s Wrong With People» recuerda a Lemonheads), que ya asoma la cabeza con su segundo trabajo, «Destroy!».
A veces basta con seguir tu instinto y creer a pies juntillas tu credo musical. Es lo que ocurre con las siguientes bandas: dejan en la garganta un regusto añejo pero lo hacen con confianza y autenticidad. Jon, Héctor y Hugo parece que han sido absorbidos por la frialdad y la innovación post-punk del productor Martin Hannet. El grupo de Lasarte-Oria Pogrom se acaba de dar a conocer con «Panoptikoan», un total de cinco temas donde desarrollan su pasión por las guitarras cortantes, los bajos señoriales y los ritmos más o menos robóticos. Solo al final, en el bonus track «Corpus Christi», se desatan con un brevísimo trallazo punk y noise de un minuto de duración. La portada del mini-álbum de debut de The Mood Rings te traslada rápidamente a los tiempos donde se fundían el rock y la psicodelia a finales de los 60. La imagen de una mujer vaporosa sobre un fondo de tonos pardos lo podrían haber firmado Blue Cheer o Jefferson Airplane en su momento. El cuarteto de Eibar se viene arriba en «The Arrival» con sus riffs poderosos, mucho blues-rock y un camino muy determinado. Una advertencia que evita confusiones: existe en Atlanta un grupo de rock que se llama igual, solo que no lleva la A inicial.
Por su parte, es probable que Las Penas nunca hayan oído hablar de Kamenbert. O quizás sí. El caso es que el grupo mixto donostiarra aplica una fórmula parecida a la de la formación de culto mod barcelonés: beben de la fuente sagrada de los años 60 (versionan a Los Brincos y a los peruanos Yorks) para luego salmpimentarlo con un derroche de frescura que más quisieran muchos. Se estrenan con un LP melódico y adictivo, «Sin Dolor».
Bamms, desde Hernani, son una dinamita rock and roll que se ha doctorado con su segundo disco, «Last Chance», toda una enérgica declaración de intenciones que bascula entre diferentes estilos, del punk-rock a la pulsión soul. De alguna manera, cubren un hueco que se estaba haciendo demasiado grande desde que en los 90 estalló el sonido Buenawista de Nuevo Catecismo Católico, Señor No y Discípulos de Dionisos, entre otros.
Por último, este ecléctico paseo sobre la nueva escena musical guipuzcoana termina con un no-debut. Álvaro Granda, del laureado grupo Reykjavik606, se ha sacado de la manga un disco de música electrónica que no resulta sencillo de catalogar, que bucea por varios subgéneros, y sumerge al oyente a un ambiente vitalista donde convergen flautas, jungle, acid house, jazz contemporáneo y amor eterno por el sampler. Divorce from New York es el alter ego de Álvaro, y el álbum, editado por forbidden Colours, se titula «This Ain´t Jazz No More».