Lo de “La función que sale mal” (en el Arriaga de Bilbao) es, por supuesto, intencionado. Lo de “La habitación de María” (lo nuevo de Concha Velasco), no. Tras su estreno absoluto en Donostia este verano, la incombustible actriz lo lleva al Reina Victoria de Madrid (desde el 21 de octubre)
No todo vale en el mercado teatral. Hay propuestas más o menos atinadas, de mayor o menor calidad, dirigidas a un público popular o más minoritario… Pero hay cosas imperdonables. Más imperdonables aún cuando se reincide. Si en 2018 ya te hablamos en BI FM del fiasco que fue «El funeral» (anunciado como el adiós a los escenarios de Concha Velasco), ahora nos vemos ‘obligados’ a despotricar sobre «La habitación de María» (su supuesta despedida definitiva -¿esta vez sí?- de las tablas). Vaya por delante que en esta sección lo que nos gusta es hablar bien del teatro; animaros, con argumentos, a sacar entradas para alguno de los montajes que cada mes se ponen en pie; pero hay veces en las que nos lo ponen difícil. Y mira que admiramos a la Velasco…
El regreso de la incombustible actriz en esta temporada teatral posconfinamiento fue un notición de alcance nacional el pasado agosto. Seguía activa a sus 80 años, iba a girar con un texto inédito, lo iba a estrenar aquí en Euskadi… Teníamos que estar en el Victoria Eugenia de Donostia para conocer de primera mano una obra-monólogo con créditos como la dirección de José Carlos Plaza y la producción de la potente Pentación. Pero ¿qué nos encontramos sobre el escenario? Pues el talento y la profesionalidad (intactos) y el poderío escénico (acorde a su actual edad -y coherente con el personaje-) de la vallisoletana al servicio de un texto ramplón y de argumento inconsistente.
Isabel Chacón (Concha Velasco) es una afamada escritora víctima de una misteriosa y extrema agorafobia que va a celebrar su 80 cumpleaños sola, encerrada en su ático de Madrid. Pero en su edificio se desata un voraz incendio. Tras ese punto de partida, que podría dar mucho juego, asistimos a un soliloquio de 70 minutos en tiempo real que pretende radiografiar al personaje y, a la vez, servirle de catarsis. Pero pocas cosas funcionan en esta mezcla de géneros sin tino. Ni las referencias literarias (que quieren ser elevadas pero acaban sonando tópicas), ni los gags supuestamente cómicos (cansino el juego con el programa de TV que la entrevista en directo por teléfono), ni la creciente tensión por el acecho de las llamas. Quizá en el pasaje dramático (cuando descubrimos el por qué de esa agorafobia) sí atisbamos un momento de brillo, el problema es que tanto la confesión como su resolución se nos antojan ciertamente forzadas.
Manuel Martínez Velasco (hijo de la actriz) es el autor del guion de «La habitación de María» (también lo era de «El funeral»). En este caso, acierta al no asumir además la dirección (como sí hizo entonces con caótico resultado), pero tampoco las riendas del maestro José Carlos Plaza ayudan a enderezar «La habitación de María». La protagonista se mantiene de espaldas al público en demasiados pasajes, se aprovecha poco la gran inversión en escenografía… Seguro que, conforme la función vaya rodando, mejorará, pero tras asistir a su estreno en San Sebastián el pasado agosto, nos quedamos con una duda que nos entristece profundamente: ¿Cómo es posible que con los grandísimos y trascendentes montajes que Concha Velasco venía levantando en su espléndida madurez durante los últimos 10 años -«Reina Juana», «Concha (Yo lo que quiero es bailar)», «La vida por delante», «Hécuba»…-, ahora se implique en piezas como «El funeral» y «La habitación de María»?
Tras pasear «La habitación de María» por teatros «de provincias» (por ejemplo, por Santander en septiembre), la obra se estrena en Madrid el 21 de octubre, donde tendrá una larga estancia en el Teatro Reina Victoria, para después viajar a Barcelona en 2021. De acuerdo, siempre es un placer ver trabajar a doña Concha Velasco (aunque sea atrapada en un guion que no está a su altura). Y, claro, su sola presencia en un cartel es garantía de lleno, aun en pandemia. Por eso no quitaremos valor al hecho de contar con un revulsivo así para estimular las taquillas precisamente ahora, cuando es más necesario que nunca. Pero tampoco podemos dejar de preguntarnos si, para lograr ese objetivo, vale todo.
Opinión de “LA FUNCIÓN QUE SALE MAL”
Otra de las grandes noticias teatrales del verano en Euskadi fue la vuelta a la cartelera vasca, tras el dichoso confinamiento, de las grandes producciones con multitudinarios elencos y apabullantes escenografías (esas que llegan con etiquetas de “Directamente desde Broadway” o “Número 1 en la taquilla madrileña”). El Teatro Arriaga de Bilbao ha sido el más osado en este sentido. A pesar de las limitaciones de aforo, a pesar de la incertidumbre respecto al interés del público en volver al teatro e, incluso, a pesar del riesgo económico que supondría una cuarentena en todo un elenco en caso de detectarse un solo infectado, se han atrevido a programar no una sino dos ‘superproducciones’. Tras el show musical “Cruz de navajas” (sobre el repertorio de Mecano) en agosto, tienen en cartel “La función que sale mal” (hasta el 27 de septiembre).
Aunque aquí se nos vende como un “fenómeno de Broadway” (que lo es), “The Play That Goes Wrong” nació en 2012 en el West End de Londres, de la mano de la compañía inglesa Mischief Theatre. Desde entonces, se ha estrenado a modo de franquicia en 30 países, acumula 8 millones de espectadores y ha dado origen a, más que un fenómeno, un nuevo género: el género del desastre (“Peter Pan Goes Wrong”, “Magic Goes Wrong” y hasta una serie para la BBC). En 2019, la primera producción en castellano de “La función que sale mal” llegó a Madrid de la mano de sus creadores originales (apoyados en el local David Ottone, de los infalibles Yllana). Y a Madrid (Teatro Rialto) volverá en octubre tras su actual estancia en Bilbao.
La idea, sobre papel, es simple. Como el propio título indica, se trata de una obra cuya única misión es hacer honor a la Ley de Murphy: Todo lo que puede salir mal saldrá, incluso, peor. Caídas, golpes, lapsus, fallos técnicos, derrumbes… irán trufando las dos horas de una función con argumento doble. Por un lado, seguimos la trama de misterio (estilo Agatha Christie, con la tópica combinación de asesino/a y mansión) que una compañía universitaria amateur intenta poner en escena; por otro, el verdadero drama está entre este grupo de patanes, que hará todo lo posible por llegar hasta el final de su desastrosa representación. Caiga quien caiga. Literalmente.
¿Lo bueno? Qué el catálogo de desastres es mucho más imaginativo y variado de lo que en un principio se prevé. No esperes solo una cansina repetición de golpes y tropiezos (sí hay mucho gag físico, claro, pero elocuente y siempre ejecutado con precisión). ¿Lo malo? Que a pesar de todo, las dos horas de duración hacen que la cosa termine siendo repetitiva y previsible. Porque, en realidad, más que de teatro (no hay aquí mucho arco argumental ni mucho -¿ninguno?- desarrollo de personajes), deberíamos hablar de circo (en la acepción más noble del término, por supuesto). La gran capacidad (física, gestual, actoral) y la irreprochable vis cómica de sus intérpretes, el variopinto y disparatado elenco que conforman juntos, y los sorprendentes medios técnicos y escenográficos, hacen que “La función que sale mal” eleve el género de los payasos de circo a cotas jamás vistas. No, no es “la comedia más divertida jamás vista en Broadway”, como reza la publicidad. Pero, si no se viera lastrada por su excesiva duración, seguramente sí sería “el mejor número de payasos jamás visto por estos lares”.
Y, antes de despedirnos por este mes, permíteme unas líneas para dar la bienvenida a una nueva sala recién abierta en Bilbao. Porque no hay mejor noticia posible en estos tiempos de incertidumbre. Pabellón 6 acaba de inaugurar un espacio (justo frente a su teatro original) que va a ser gestionado y programado por su Compañía Joven. Desde 2015, venían reclutando cada año a nuevas tandas de intérpretes emergentes a los que daban la oportunidad de estrenar montajes propios como puente a su definitiva profesionalización. El éxito de crítica y público de sus creaciones (“Aborígenes”, “Mi último baile”…) y el incansable empuje de estas nuevas generaciones (garantes del necesario relevo tanto en profesionales como en públicos), han permitido que la Compañía Joven se independice y autogestione.
Desde el 17 de septiembre, el espacio Garabia (lo que antes era ZAWP) es la nueva sala en la que varios miembros de anteriores promociones arroparán a los nuevos seleccionados cada temporada (la actual convocatoria sigue abierta hasta el 27 de septiembre -actores y actrices menores de 30 años, podéis enviar vuestro CV a gaztek@pabellon6.org-). Allí no solo programarán obras del repertorio de la Compañía Joven (hasta el 4 de octubre tienen en cartel “¿Qué fue de Ana García?”, de la que ya te hablamos -muy bien- en su estreno), también andan tramando nuevas producciones y, además, ofrecerán cursos de teatro para jóvenes y adultos y conciertos acústicos. Ongi etorri, Compañía Joven!! ¡Y larga vida!