Tras el accidentado show de la noche anterior en Madrid, en la capital navarra quedó claro que la banda americana sigue siendo ahora mismo el referente del metal progresivo gracias a argumentos irrebatibles. Una crónica de Antonio Refoyo, con fotografías de Mari Jose Martín
Como la pólvora se extendió la noticia sobre lo ocurrido el día anterior en Madrid en un polémico concierto de la banda americana, donde no pudieron hacer un show competo por problemas en el montaje del espectáculo, retrasando su actuación con el consiguiente recorte de tiempo y de temas en su repertorio, algo que mosqueó mucho a los asistentes. Ese era tema de conversación antes del inicio de un concierto que aquí comenzaba a tener pinta de retraso cuando llegamos a los aledaños de Pabellón Anaitasuna y comprobamos que se escuchaba aún probar sonido. Ya empezábamos a temer lo peor.
Las puertas se abrieron algo tarde, pero el concierto arrancó tras una tensa espera con apenas 10 minutos sobrepasadas las 20:00, un retraso dentro de lo lógico que no impidió el espectáculo completo de la banda. Aquí sí funcionó la gran pantalla del fondo del escenario intercalando imágenes del directo con otras proyecciones acordes al tema interpretado. Y para evitar conjeturas, anticipo que la banda dio un concierto del agrado de todos sus seguidores, borrando dudas sobre su actual estado y la estabilidad de su reinado en el mundo del metal progresivo tras una salida de Mike Portnoy que sigue dando que hablar entre sus fans.
Cierto que se echa de menos la presencia del que fuera líder de Dream Theater durante muchos años, pero si la banda ha decidido seguir adelante con un batería que en técnica no le va a la zaga creo que es como para congratularse, más cuando pueden seguir sacando discos de calidad y directos de quitar el hipo a los más exigentes. Han llegado a tocar el cielo de la creatividad y la técnica musical, convirtiéndose con los años en lo que su propia denominación presupone, un teatro de sueños para los que buscan maravillas musicales que parecen de otro planeta. Algo que sin ellos dejaría un hueco imposible de llenar por otra banda. Así que simplemente hay que aceptar que estamos ante otra etapa en la banda sin un carismático y polémico batería, pero con un autentico maquina en su lugar que se acopla perfectamente a la maquinaria de la banda. Si acaso algo se le puede echar en cara a Mike Mangini es que parece intentar meterse en un papel que no tendría por qué ser el suyo. Es decir, se puede sustituir a Mike Portnoy sin intentar ser él, algo que da la sensación de ser una pretensión por su parte tanto en el aspecto visual como en la forma de tocar. Supongo que política empresarial. Pero en su calidad y técnica, sin que se me enfade nadie, puede estar por encima de quien ocupara ese puesto hasta hace un par de años.
La actuación estuvo dividida en dos actos de una hora y medio cada uno, más o menos. Tres horas de concierto para soñar si eres amante de la buena música. Una música que no solo entiende de virtuosismos, sino de la búsqueda de atmosferas y emociones. Pese a que de mi propia boca han salido críticas en los últimos años a algunos discos que me han parecido rizar el rizo de lo enrevesado, dejando un poco de lado la sensibilidad de sus primeras obras de los años 90; he de reconocer que hoy vi a unos músicos con alma, con algo más que descargar que su magistral clase de cómo tocar unos instrumentos. Y mira que a plena luz del día la última vez que les vi en el Sonisphere de Madrid me dejaron bastante frío (leer crónica). No es lo mismo una escasa hora en un festival que un show completo para un grupo de estas características.
La pantalla comenzó a proyectar imágenes con el inicio de la actuación, precedida por la intro «False Awakening Suite«. La inercia del día anterior pareció incidir en un inicio de concierto que fue de lo que menos me llenó. James LaBrie todavía no alcanzó la fluidez que luego le veríamos y el ambiente que se respiraba en el Anaitasuna fue un tanto de tensa calma a la espera de verse convencidos por el grupo. «The Enemy Inside» fue un lógico comienzo para presentar su nueva obra, pero los siguientes «The Shattered Fortress» y «On The Black Angels» no conectan demasiado. Aquí vimos a un LaBrie que se fue un poco de tono en algún momento y que no plasmó todas sus cualidades vocales, no llegando al tono adecuado para su registro por exceso o por defecto. También fueron momentos de ajustes de sonido, sobre todo dentro del escenario, donde vimos a los músicos gesticular buscando sentirse cómodos con lo que recibían encima del escenario.
Abajo el sonido fue ejemplar. Sin abusar de volumen la banda sonó con una nitidez que rozó la perfección. Precisamente ese es uno los hándicaps que tiene Dream Theater, que nos han acostumbrado a la perfección más absoluta, a no fallar en nada. Probablemente sean el grupo de nombre con mayor nivel de exigencia por parte de los seguidores, algo a lo que de forma general responden siempre con actuaciones que buscan la sorpresa, bien sea incluyendo temas nuevos, interpretando algunos álbumes de forma íntegra, versionando grandes discos de la historia del rock…. Les hemos visto hacer este tipo de cosas de forma habitual. En esta gira lo más especial vendría en el segundo acto con el homenaje a dos álbumes que cumplen en 2014 la cifra redonda de 20 y 15 años respectivamente como son «Awake» de 1994 y «Metropolis Pt. 2: Scenes From A Memory» de 1999.
Pero nada de su actuación tendría desperdicio sobre todo a partir de que «The Looking Glass» mostró una mejoría en las sensaciones transmitidas por la banda. James LaBrie comenzó a lucirse mucho más con sus cuerdas vocales y eso pudo ser una clave, pero el caso es que aquello empezó a brillar de verdad y la interpretación de «Trial Of Tears» fue para recordar. El mayor clásico de esta primera parte de la actuación que levantó al público en un clamor tras el solo magistral de John Petrucci, que se ganó una ovación enorme por parte de un público que no llegó a completar 2 terceras partes del Anaitasuna. Dream Theater es un grupo a día de hoy al que las salas se le quedan pequeñas y los grandes pabellones un poco grandes, pero teniendo en cuenta su propuesta ya es muy de valorar haber llegado a un público amante de la música que no se guía por convencionalismos. En sus inicios hubiera sido difícil pensar que iban a traspasar estas fronteras para convertirse en uno de los grandes del heavy metal.
La instrumental de «Enigma Machine» trajo consigo aparejado el solo de batería de Mangini, encarando la recta final de este tramo de actuación con dos temas que continuaron brillando a muy alto nivel como fueron «Along For The Ride» y «Breaking All Illusions«, que sin ser uno de los temas más emblemáticos de la banda, ni mucho menos, quedó en la memoria como un gran momento. Una buena forma de dejarnos con ganas de más durante los 15 minutos de descanso que se avecinaban. Como en el fútbol, momento para el bocata mientras la pantalla proyectaba imágenes de los personajes de la banda.
John Petrucci apareció el primero en el escenario iniciando «The Mirror«, pero esta segunda parte tendría un mayor protagonismo de Jordan Rudess que apareció aquí con un teclado portátil en forma de arco que le colocó en primera línea junto a su compañero a la guitarra y un John Myung que pese a no tener un momento de lucidez en el plano solista tan espectacular como sus compañeros en esta actuación es impresionante lo que toca, imposible de pasar desapercibido pese a su discreción.
Comenzaba el homenaje a «Awake» por su vigésimo aniversario, ya que a este inicial le siguieron «Lie«, «Lifting Shadows Of A Dream» y un «Space – Dya Vest» que muchos seguirán recordando con regocijo en estos momentos. Impecable la banda en este tramo, funcionando a pleno rendimiento, sin grandes aspavientos, como en ellos es habitual. Y es que ellos llegan a la gente principalmente con su música, lo que hace que muchos les hayan tildado de excesiva frialdad, pero es su forma de expresión ante un público que lejos de ir a sus conciertos a entonar himnos permanece con los ojos clavados en el escenario, levantándose después de ciertos momentos de gran nivel técnico, lejos de lo habitual en conciertos de heavy metal al uso. Esto es otro mundo dentro de nuestra música.
Antes de iniciar el repaso al otro disco homenajeado la banda nos brindó un brillantísimo «Illumination Theory» recordándonos que esta era la gira de su último disco. No quedó por detrás, en cualquier caso del resto de clásicos del «Scenes From A Memory«. Y eso que la traca final fue de órdago a la mayor, extensa y placentera al máximo desde que una cuenta atrás desde este 2014 hasta el 1928 da paso a «Overture 1928«. De aquí en adelante tenemos a unos Dream Theater en su mayor plenitud con momentos que nos subieron al paraíso musical con «Strange Deja Vu» o «The Dance Of Eternity«. Quiero destacar nuevamente el papel de James LaBrie, uno de los vocalistas que pueden tener una de las más difíciles papeletas, teniendo que estar con sus cuerdas vocales a la misma altura que sus compañeros manejando unos instrumentos que evidentemente sufren menos que su propia piel, la cual se deja en cada momento para llegar a lo más alto junto a ellos. Si hablamos de exigencia en la banda, él es sin duda el músico que más tiene que dar de sí en cada actuación. Y es cierto que si no tiene el día atinado es el que más en evidencia puede quedar. Por fortuna no fue el caso de esta noche.
El final a este derroche musical llegó con «Final Free«, habiendo hecho que las más de tres horas que permanecimos frente al escenario nos dejaran a todos un gran sabor de boca. Por si aún había alguna duda los oes arreciaron mientras que la banda se despedía de sus seguidores, sin prisa por abandonar el escenario pese a todo el esfuerzo empleado 180 minutos de concentración en una labor musical que no imposibilita una transmisión de emociones, pese a la opinión de los más reticentes a este estilo de música. Así que si alguien quiere hacer planear sobre ellos la sombra de un declive, independientemente del nivel de popularidad que tengan en la actualidad, queda claro que siguen siendo ahora mismo el referente del metal progresivo con argumentos irrebatibles.