Vamos a Peña y Goñi, la zona de bares que más está dando que hablar en San Sebastián. Xabier de la Maza, de la panadería The Loaf y del nuevo restaurante peruano Ekeko, es nuestro guía
El sol aparece y desaparece como un miembro más de los Bee Gees en el vídeo de «Stayin’ Alive». La Real juega partido de la Europa League. Hemos quedado a las 8 con Xabier de la Maza en la calle Peña y Goñi del barrio de Gros. Este donostiarra de 34 años es uno de los socios e ideólogos de la panadería The Loaf, el negocio de productos locales Pantori y Musika Parkean, entre otras iniciativas. Abierto y dicharachero, conoce a media ciudad. Su penúltima ocurrencia ha sido la sanguchería (sic) peruana Ekeko que se inauguró a finales de agosto. Llega con un llamativo chubasquero de color naranja que se parece a uno que tiene Liam Gallagher, pero que, según cuenta, compró en Suecia. De la Maza va a ser nuestro cicerone y hombre de confianza.
Peña y Goñi es ahora mismo the place to be, la calle de pintxos de la que todo el mundo habla en Donostia. Mientras las clásicas barras de la Parte Vieja están colonizadas por los turistas, han abierto cinco nuevos establecimientos (Taula, Le Comidare, El Lobo, Pícaro y La Notaria) en este tramo peatonal de unos 150 metros que casi desemboca en el Kursaal. También han crecido como setas varias agencias inmobiliarias y negocios de apartamentos turísticos, pero eso daría para otro reportaje.
Presupuesto: 60 euros. Somos tres personas. Tenemos un guía. Y tenemos hambre.
PARADA 1 – Le Comidare
De la Maza apuesta a caballo ganador y decide que la ruta empiece por la Bodega Donostiarra. Antes se iba a Peña y Goñi solo por la Bodega. Nunca falla y abre la cocina ininterrumpidamente. Pero no va a poder ser: como casi siempre, no cabe un alfiler dentro ni fuera. Lo posponemos. Retrocedemos y entramos a Le Comidare, que en su perfil de Facebook se define de la siguiente manera: “No somos un restaurante, no somos un bar, no somos una cafetería, pero somos todo eso”. Los usuarios puntúan el sitio con un 4,9 de 5. El comedor es largo y diáfano y conecta con un patio trasero por el que se vislumbra una ráfaga de luz. Apetece entrar.
Nos sacan la carta donde hay cositas para desayunar, bagels, tostas, burritos, raciones… También se ven pintxos en la barra. Cuadra con la descripción del caralibro. Miramos a de la Maza. «Vamos a pedir unos moules con patatas fritas, un rollo muy belga», decide. ¿Los mejillones buenos son los pequeños? «Lo que de verdad importa es que tengan sabor», responde.
La camarera recomienda la cerveza Oro Bilbao, que para los bilbaínos debe tener un nombre muy redundante. Enseguida llegan los bichitos de mar, que no son ni muy pequeños ni muy grandes. «Se comen como pipas», comenta de la Maza. Las patatas fritas son caseras y las han servido en un cucurucho de papel parecido al de los churros.
PARADA 2 – Taula
Pegado a Le Comidare se encuentra el bar Taula. Mesas alargadas, estética tirando a industrial, una tabla de surf, cañero Mahou y una película en blanco y negro proyectándose en la pared. También apetece entrar.
Compartimos mesa, como si fuera una sidrería, con una simpática pareja de señores que están tomando unas anchoas. Resulta que al final conocen al tío de Xabier de la Maza. Donostia es tan o más pequeña como dicen. Nos sacan la carta. Ofrecen básicamente tablas de embutidos y platos fríos. De la Maza nos cuenta que aquí no tienen cocina y que las tablas (taula, en euskera) se agrupan por números que van del 1 al 4. El tamaño de las raciones también es ascendente. Como estamos de picoteo, elegimos un plato de Taula 1 (una pequeña ración de jamón cocido) y carpaccio de buey de Taula 2.
Hablamos sobre el jamón york, la marca Ferrarini, el charcutero de confianza y, en general, la deuda histórica que tenemos con este hermano pobre del jamón serrano. Mecano, en una de sus letras más locas, le dedicó un verso para la historia del pop español: «No hay marcha en Nueva york / ni aunque lo jure Henry Ford / No hay marcha en Nueva York y los jamones son de York».
PARADA 3 – Bodega Donostiarra
Como sospechábamos, una hora después sigue igual de lleno. La Bodega Donostiarra es el típico bar en el que, vayas a la hora que vayas, siempre hay gente. Nos apretujamos en la barra dispuestos -resignados, más bien- a comer de pie. Pedimos el mítico pintxo Indurain (un taco de bonito con guindillas encurtidas, anchoa, cebolleta y una aceituna), media ración de pulpo y un mini completo (pequeño bocata de bonito, guindillas y anchoa). En la fracción de segundo que media entre el primer trago de cerveza y el segundo nos lo han servido todo en la mesa.
«Este lugar antes era una vieja tasca, no tiene nada que ver». Mientras mordisquea el Completo, de la Maza explica cómo hace 15-20 años venía por aquí y ya preparaban buena parte de sus platos estrella: la jugosa tortilla de patata individual, la ensalada de tomate, la ensaladilla rusa, la gilda, el Indurain… «Todo lo que hacen está bueno, son rápidos y está muy bien de precio», sentencia.
Al parecer, en cada barrio de la ciudad existía una Bodega Donostiarra. Ahora solo hay una y, efectivamente, no falla.
PARADA 4 – Lobo
Ahora sí, nos sentamos en la terraza. La noche refresca, los focos nos cobijan. Lobo es un bar que lo está petando: empezaron en el barrio del Antiguo, replicaron el modelo en Reyes Católicos y han abierto otro Lobo en el Centro. ¿Qué tiene de especial? ¿Por qué está triunfando? Es un lugar moderno, los pintxos son estupendos y, bueno, han tenido muy buen ojo para saber captar la atención del donostiarra medio.
El último pintxo no será un pintxo, sino una ración de arroz cremoso de hongos con foie y setas al parmesano. Suena muy bien y sabe aún mejor. En esta ruta de pintxos apenas hemos tirado de la típica banderilla donostiarra. «La versión actual del pintxo está derivando en el picoteo y al centro. Comer sin comer, vamos», resume de la Maza.
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Una última cosa: nos quejamos de que los pintxos son caros, pero nos encanta ir de pintxos. ¿Somos masocas? ¿No aprendemos? ¿Amamos la contradicción? «Es uno de los milagros de ir de pintxos. Crees que te vas a comer un par de pintxos y dos vinos y acabas pagando sesenta euros. Pero lo mejor de todo es que te vas feliz a casa».