El fin de semana del 28-J, dos espectáculos imprescindibles coinciden en la cartelera del teatro getxotarra para conmemorar la lucha por los derechos LGTBIQ+: el monólogo onírico «Erreka Mari» y el musical «¡Agur, Otxoa feroz!»
Aunque las celebraciones del Orgullo LGTBIQ+ suelen centrarse en lo festivo, no hay que olvidar que lo que cada año conmemoramos el 28-J fueron, en realidad, unos disturbios violentos (ocurridos hace 55 años en Nueva York), a través de los que el colectivo empezó a decir «¡Basta ya!». Y que esa actitud de reivindicación civil tiene que seguir viva hoy en día: porque ni todo está conseguido ya -aunque en estas latitudes estemos mejor-, ni lo conseguido es para siempre (como de hecho se está viendo ya en esta supuestamente avanzada y civilizada Europa que empieza a derogar leyes específicas). Así que, entre brindis y bailes, por favor reflexionemos sobre lo que estamos conmemorando y sobre lo mucho que nos queda por hacer. Algo a lo que, cómo no, el teatro puede contribuir como inmejorable herramienta de cambio social.
El getxotarra Muxikebarri ha tomado la iniciativa en este 2024 y ha programado, para el fin de semana del 28-J, dos espectáculos muy diferentes (en estilos, formatos, temáticas…) pero vinculados por igual a la lucha del colectivo por la libertad para todes. Este jueves 27 de junio se podrá ver «Erreka Mari», de la compañía Doña Perfectita, y el sábado 29 será el turno del musical producido por Erre y Sala BBK que el año pasado arrasó en la Aste Nagusia bilbaína: «¡Agur, Otxoa feroz!» (sobre el icónico personaje bilbaíno). Como de este último ya te hemos hablado en anteriores ocasiones, nos centraremos ahora en el primero.
Con «Erreka Mari» viajamos a la Euskadi de los años 90 del pasado siglo. Un lugar algo más oscuro que el que ahora conocemos y en el que la normatividad imperaba y no dejaba hueco a casi ninguna disidencia. En aquellos años creció un niño primero y preadolescente después llamado Egoitz Sánchez, hoy reconocido actor que acaba de girar por todo Euskadi y por el Estado con obras como la valiente «Altsasu» o la epatante «Festen». Pero ese adulto triunfador y seguro que Egoitz es hoy, hace 30 años era un niño queer muy perdido entre la necesidad de encajar y no salirse de la norma, su irrefrenable amor por la copla, las divas y las batas de cola, y la educación recibida.
El propio Egoitz, como único protagonista en escena y coautor de esta autoficción -junto al también director de la función, Javier Lara– nos cuenta esta suerte de libérrima versión de «La Sirenita» de Andersen: Un niño que ama su «Cola de pez» (título original del montaje en castellano, que pudo verse en Madrid el pasado invierno) pero que quizá esté dispuesto a desprenderse de ella para ser querido y apreciado por el resto. Eso sí, no esperes en «Erreka Mari» (adaptación al euskera firmada por Kepa Errasti que toma el título de la última ‘lamia’ vasca) una narración ortodoxa: aquí no hay una línea argumental directa, desarrollada en una sucesión de escenas al uso; de hecho, sus creadores lo han calificado como un montaje «onírico coplero».
Lo primero que llama poderosamente la atención de «Erreka Mari» es lo puramente visual, lo estético. Espacio escénico, vestuario e iluminación son coloristas y llamativos, y arropan y ensalzan el carisma de Egoitz creando estampas muy potentes. A ello contribuyen también las canciones y, sobre todo, los bailes que se van intercalando en la función (sí, claro, hay copla, pero también folklore vasco y hasta música creada ex profeso -por Irene Novoa-). Como no podía ser de otra forma para encajar sobre esa peculiar base, los parlamentos (esto no deja de ser un monólogo) tienen un cierto halo poético. A veces son más naturalistas en cuanto a lenguaje e interpretación; en otras ocasiones son más oníricos; por momentos pueden parecer hasta cabareteros… Se habla de anhelos, de querencias, de preocupaciones; el joven interpela al público, al mundo, a sí mismo.
La dirección (del mencionado Lara apoyado por la excelsa actriz navarra Natalia Huarte) es un absoluto acierto y se nota que se han pensado con mimo todos los ámbitos y detalles con los que plasmar el texto en escena. También destaca la interpretación (y el movimiento escénico) del protagonista, así como la verdad que transmite al partir, al fin y al cabo, de sus propias experiencias. Quizá hay algunas partes del guion menos integradas o demasiado dispersas, pero otras tienen enjundia y mucha fuerza, y el conjunto es más que satisfactorio y, sobre todo, logra universalizar lo queer como representación de cualquier disidencia.
Respecto a la igualmente recomendable «¡Agur, Otxoa feroz!», sólo decir que puedes leer aquí nuestra crítica completa; aunque avanzaremos que se trata de un ‘musical juke-box’ (esos con las canciones de un grupo o artista) pero ‘de la tierra’ (con la discografía de La Otxoa) y, encima, con el propio homenajeado en escena cantando sus temas. Narra la (dura) historia real del bilbaíno José Antonio Nielfa, desde su infancia en el barrio de San Francisco hasta triunfar, a finales de los 70, reconvertido en La Otxoa. Emoción, comedia, diversión, un poco de cabaret al más ‘puro estilo Otxoa’ y, sobre todo, gran reivindicación y homenaje en vida a un referente que, además de aportarnos color y diversión, fue clave en la lucha LGTBIQ+ durante la dictadura franquista y la Transición.
¡Feliz (y reivindicativo) Orgullo a todes!