El trío británico recaló en la capital cántabra dentro de la programación del Año Jubilar Lebaniego y allá que mandamos a Javier Santamaría para que nos lo contara. No estaba muy convencido… pero se alegra de haber cambiado de opinión
El anuncio del concierto de Muse en Santander, como parte de la programación del Año Jubilar Lebaniego, debo admitir que me dejó indiferente. Desde la primera vez que los vi en Vistalegre en 2004, han pasado muchos años y los he podido disfrutar en varias ocasiones más. Por lo tanto, de entrada, debo reconocer que no surgió esa chispa que te impulsa a una compra compulsiva. Sin embargo, a medida que pasaban las horas, mi sentir fue cambiando y un ataque de «FOMO» («Fear Of Missing Out», miedo a perderse algo) me invadió.
Y menos mal, ya que este concierto de Muse resultó ser mucho más que un simple concierto de Muse.
Hacía muchos años que la región no recibía a un artista internacional capaz de llenar un estadio, de agotar las entradas sin que éstas se regalen o se sorteen entre patrocinadores. Un grupo capaz de colapsar el transporte entre el aeropuerto y la ciudad, y hacer que los taxis desaparecieran de toda la capital cántabra. Una banda que atrae a gente de todas partes del país, incluso de Reino Unido, Irlanda o Francia.
Un evento así transforma el paisaje urbano: llena las calles de camisetas negras de distintas épocas de la formación, crea miradas cómplices, reencuentros adolescentes y reuniones entre amigos. Incluso permite que los padres lleven a sus hijos a su primer concierto de rock. Seamos sinceros: este tipo de experiencias emocionantes no ocurren con frecuencia por la zona, acostumbrados como estamos a acudir a Bilbao para eventos de gran magnitud celebrados en San Mamés o Kobetamendi. En Santander, en muchas ocasiones, los locales de conciertos se quedan grandes.
Así que, quizá, Muse hayan marcado un cambio de ciclo. Si no, al menos, durante mucho tiempo quienes asistieron podrán decir eso de «yo estuve allí».
Un «yo estuve allí» que vendrá acompañado de una sonrisa, recordando una noche muy especial. El concierto fue impecable, sin lugar para errores. La producción del evento en términos de sonido y espectáculo visual fue magnífica. Sin embargo, no puedo dejar pasar por alto el estado deplorable de las instalaciones de los Campos de Sport del Sardinero. Me pregunto si realmente es adecuado que un equipo de Segunda División juegue ahí.
La actuación duró dos horas y se mantuvo fiel al guion habitual de esta gira. Las pantallas se encendieron y el inconfundible riff de «Will of the People» comenzó a sonar, dejando en claro el leitmotiv del concierto. Todas las proyecciones se basaron en el vídeo de este sencillo, que recién había cumplido un año. El argumento se movía entre el canto a la insurrección y el miedo al populismo, todo con una perspectiva bastante irónica.
Luego llegaron «Hysteria», «Psycho» y una aplaudida interpretación de «Bliss». Uno de los momentos mágicos de la noche fue con «Verona», cuando el público y la banda conectaron a través de la luz de los teléfonos móviles y el confeti, creando una de las estampas más memorables.
Obviamente, la gente enloqueció con «Time Is Running Out», aunque no sabría decir si la ovación fue mayor durante «Plug In Baby». Aunque debo destacar aún más la interpretación de «Uprising». Con «Starlight», parecía que estábamos ante el broche de oro perfecto, hasta que reservaron la explosión final con «Knights of Cydonia», dejándonos a todos con la cabeza volada.
Dentro de unos años, seguiremos recordando el concierto de Muse y diremos con una sonrisa: «Yo estuve allí».