Nuestro redactor Óscar Díez lo tiene claro: «ibérico 5 jotas, (…) una noche que recordaremos por mucho tiempo». Así fue el concierto de la banda del ex-The Black Crows Chris Robinson ayer en Kafe Antzokia. Aquí nos lo cuenta con la ayuda de las imágenes de Ricardo Cerdá Aldama
Superior, ibérico 5 jotas el bolo oficiado ayer en Bilbao por el quinteto estadounidense Chris Robinson Brotherhood en un Kafe Antzokia hasta las cartolas. Veinte minutos antes de empezar, la cola de asistentes rozaba los Jardines de Albia, y ya dentro de la sala escuchamos francés e inglés y vimos público asiático. Casi nada.
Pero es que la cita era con Chris Robinson, y no todas las noches se tiene a una leyenda -colideró los antológicos The Black Crowes junto a su hermano Rich- a un puñado de metros. De hecho, la expectación por su visita hizo que las entradas se agotaran hace ya más de un mes.
Dividido en dos mitades de unos 70 minutos cada una y con un descanso de 20 a modo de entreacto -se imponía el «estilo teatro Arriaga», ya ven-, el concierto del quinteto brilló siempre a altura notable. Con lisergia estirada hasta el infinito pero siempre adictiva (qué punteos de Neal Casal, ¡qué genio!). También con toques folk maravillosamente auténticos (qué bien doblados los coros atrás, a lo The Band). E, incluso, con funk crepitante (brutal la línea de bajo, que hacía vibrar el techo).
Aparte de la banda, mención especial merece el sonido de la sala (el público ya venía entregado de casa). Esta vez el Kafe Antzokia sonó glorioso desde el minuto uno. Nuestra (privilegiada) posición, en el mismísimo centro del local, nos permitía escuchar a la banda al completo y de forma cristalina: la fender aguardentosa de Robinson, el filo en los punteos de Casal, Adam MacDougall derritiendo el hammond (a ratos lo tocaba con el codo… mejor que muchos con ambas manos) y, mientras, Tony Leone poniendo caras de matón de los Soprano tras los bongos y manteniendo erguida la espina dorsal del grupo.
En definitiva, una noche que recordaremos por mucho tiempo. Les confieso sin sonrojo que a mí me gustaban más «los cuervos». Pero los insatisfechos ayer en el Kafe Antzokia de Bilbao se podían contar con los dedos… de una oreja.