Eduardo Ranedo nos recomienda el nuevo (y orquestado) álbum del que fuera líder de los galeses Super Furry Animals, su trabajo «más ambicioso» hasta la fecha
Uno de los pocos locuelos excéntricos que le quedan al pop británico, Gruff Rhys –principal factótum de los galeses Super Furry Animals y también dueño de una más que solvente carrera en solitario- dedicó gran parte del año 2016 a grabar las bases de lo que terminaría siendo este disco. Lo hizo en un estudio de Bristol, Toybox, justo antes de que se cerrara como paso previo a que el edificio que lo albergaba fuera dedicado a uso residencial y en paralelo a su implicación personal en la campaña del Brexit, al igual que la gran mayoría de la gente de la cultura alineándose con la opción que defendía la permanencia. En su caso, hasta con canción alegórica al asunto, aquella «I love EU«. Son algunos detalles que ya apuntaban la temática que terminaría definiendo las canciones de este álbum, un trabajo que quedó en barbecho durante año y medio hasta que pudo volverles a meter mano junto al compositor clásico Stephen McNeff y grabarlas con el acompañamiento de los setenta y dos miembros de la BBC National Orchestra de Gales.
«Babelsberg» (Rough Trade, 2018) ha terminado siendo un magnífico disco orquestal, elegante y lujoso, con toda la armonía y suntuosidad que se le supone a una cosa así de rimbombante. En gran medida conceptual, un terreno éste en el que Rhys siempre se ha manejado de maravilla, quizá por permitirle desarrollar mejor que otros su desbordante imaginación, su gusto por juguetear con los sonidos y toda esa herencia procedente de los grandes productores del pasado que maneja con maestría. Pero, en este caso, entre McNeff y Rhys han tramado una trampa en la que es imposible no caer: Tras la belleza de unas canciones que te seducen gracias a multitud de guiños a la obra de gente como Lee Hazlewood o Glenn Campbell -incluso al «Forever Changes» de Love, palabras mayores-, composiciones sobre las también sobrevuela el influjo de algunos de los iconos más cerebrales del rock británico como Robert Wyatt, Ray Davies o Kevin Ayers, encuentras su diagnóstico -devastador- acerca de la situación de un mundo cuyo devenir reciente es evidente que a Rhys no le está gustando absolutamente nada. Con «Babelsberg» aprovecha para mandarnos una severa advertencia.
Mucho más ambicioso que cualquiera de sus trabajos anteriores, en éste adopta algunas de las maneras más reconocibles de gente como Neil Hannon (sobre todo en el estilo de los arreglos y en la querencia por adoptar maneras de crooner al cantar), acierta al evitar ornamentos superfluos y al apostar por hechuras ortodoxas que ayudan a que varias canciones tengan marchamo inmediato de single, llenas de ese pop con efecto instantáneo que además nunca queda ensombrecido por la literatura desesperanzada que alberga, descriptiva de lo peor que hoy nos toca vivir y que quizá hace tan solo un par de años, cuando este material se estaba cociendo, nadie podía imaginar. Jim Wirth lo describía hace poco en la revista Uncut: «Todo eso que en 2016 parecía fruto de un delirio febril y que dos años después ha terminado por convertirse en los titulares nuestros de cada día».
Intuyo que «Babelsberg» será uno más de esas decenas de discos buenísimos que el voraz e implacable ritmo que marca la industria musical en este momento haga desaparecer sin apenas dejar rastro y de manera casi inmediata, pero estoy convencido de que, en otro tiempo, se habría convertido en el típico título de fondo de armario, ideal para ser recuperado de vez en cuando con la seguridad de que siempre desplegará lo suficiente como para hacer grata la escucha. Es un disco precioso, con miga tanto musical como literaria, uno más de los que oponer a los agoreros y que ayudan a seguir confiando.