Segunda recomendación teatral de nuestra serie especial de Semana Grande. Esta vez, hablamos de la propuesta del Arriaga, que programa un año más un gran musical de esos importados de Broadway. En este caso, un mítico canto a la libertad personal que, en sus múltiples versiones, lleva vigente medio siglo
Es chocante que, en los años 70, una obra de teatro sobre un matrimonio gay que forma una familia amantísima con hijo fuera un éxito total. Un matrimonio gay en el que, para más inri, uno de sus miembros se trasviste y despliega pluma a raudales. «La Cage aux Folles» (Jean Poiret, 1973) fue una maravillosa anomalía hace casi 50 años, un canto a la libertad personal y contra la homofobia que, claramente, se adelantó a su tiempo. Además, contra todo pronóstico, público y crítica se volcaron: la obra estuvo 15 años en cartel en París y la posterior película, de 1978, rompió barreras al lograr tres nominaciones a los Oscar (aun siendo un filme europeo).
Desde entonces, la historia de este matrimonio que regenta un cabaret de drag queens y cuyo vástago va a casarse con la hija de un político ultraconservador, ha sido un fenómeno imparable infinitamente reversionado. Aún se recuerda el filme norteamericano de los años 90 (con Robin Williams y Nathan Lane) y, sobre todo, el musical de Broadway creado en los 80 por Harvey Fierstein (guion) y Jerry Herman (músicas y letras). Entre las canciones creadas ex profeso para aquel montaje estaba «I Am What I Am», convertido en incombustible himno gay internacional desde entonces.
Lo que ahora llega al escenario del Arriaga de Bilbao (en cartel hasta el 11 de septiembre) es una muy fiel traducción al castellano de la más reciente versión de ese musical, estrenada en Nueva York en 2010. La productora catalana especializada en musicales Nostromo Live, junto a los televisivos (OT) Manu Guix y Àngel Llàcer a la dirección, ha importado ese montaje como «La Jaula de las Locas». Y lo ha hecho con un rotundo primer acierto de casting: el propio Llàcer en la piel del cónyuge travestido de la pareja protagonista. A pesar de mis subjetivos recelos por lo histriónico de Llàcer en sus ya demasiadas y, en mi opinión, cansinas apariciones televisivas, el tipo borda el papel de Albin (quien por las noches, cuando actúa en el cabaret familiar, se transforma en ‘Zaza’).
Sus aptitudes vocales son innegables, pero también lo son sus dotes interpretativas. Sólo en esos momentos puntuales en los que Llàcer se viene arriba y la obra parece convertirse en ‘el show de Ángel’, a mí me resulta cargante; por lo demás, su recreación es impecable. Eso sí, aviso a lectores/as: en Bilbao, Llàcer se alternará en el papel con Iván Labanda, al que servidor no ha visto en acción -la productora no ha querido informar de qué días actuará cada uno-.
El otro gran acierto de esta «La Jaula de las Locas» es el partenaire de Llàcer, su cónyuge en la ficción. Armando Pita es todo un clásico del teatro musical en castellano, y aquí demuestra por qué. Su interpretación de Georges es, simple y llanamente, perfecta durante las dos horas y media de función. En suma, la pareja protagonista funciona, es creíble, ingeniosa, amorosa, ambos cantan, bailan, divierten… Y logran que ese matrimonio libérrimo al que dan vida resulte icónico y siga siendo relevante hoy en día, en pleno 2022 -un momento histórico en el que esta historia, lejos de haber quedado desfasada, vuelve a ser necesaria, dada la ola reaccionaria y plumofóbica que, desgraciadamente, estamos viviendo-. Ellos son lo mejor del montaje, junto a los números de ‘las pajaritas’ (las drags y las bailarinas del club).
Porque aunque a veces se echen en falta coreografías más vistosas y arriesgadas, hay números y canciones muy ‘a lo Bob Fosse’ que están ciertamente logrados (el elenco sobre el escenario supera los 30 artistas -8 de ellos, músicos-).
En el lado contrario, lo que más le pesa a esta versión de «La Jaula de las Locas» es la simplificación del guion y la historia. La cosa arranca muy bien en la primera hora, se alarga innecesariamente en el final del primer acto y termina embarullándose y resolviéndose precipitadamente en un segundo acto que no está a la altura. Aun así, estamos ante uno de esos grandes musicales de Broadway ya históricos del género, muy dignamente adaptado al castellano y con números musicales de altura (el impecable «Rímel», el mencionado himno «Soy lo que soy», la fiesta coral «La vida empieza hoy»…); aunque otros se sientan más como relleno olvidable.
Por cierto, antes de terminar, es imposible no hacer una mención especial al equipo de maquillaje y caracterización. Tanto por su trabajo general como por ese genial guiño de presentar al intolerante y deplorable político de extrema derecha de la trama con un escalofriante parecido con Santiago Abascal; lo que evidencia que, por desgracia, el mensaje de «La Jaula de las Locas» sigue estando vigente medio siglo después.
Ah, y una última felicitación para ese personaje del mayordomo/doncella del matrimonio protagonista; un secundario robaescenas que Hank Azaria bordaba en el filme de 1996 y que, aquí, borda Ricky Mata. El actor sabe meterse al público en el bolsillo desde su primer segundo en escena, y está tan brillante que uno se pasa la función deseando que vuelva a aparecer. Zorionak, Ricky!