En Bilbao, la adaptación a las tablas netamente española del superventas internacional de Noah Gordon. En Sopela, Donostia, Getxo…, el sereno cara a cara entre las dantzak de Jon Maya y el flamenco del Premio Nacional de Danza 2022 Andrés Marín
«El espectáculo más premiado de los últimos años», «Número 1 de la crítica durante la temporada 2018-19″… Olvidémonos de toda esa grandilocuencia promocional que ha envuelto la llegada de «El médico. El musical» a la ciudad -una grandilocuencia, por otra parte, vacía: ¿qué es eso de número 1 de crítica?; ¿el más premiado, en qué galardones?-. Y vayamos a lo tangible del asunto. Primero, con un poco de contexto.
Seguro que conoces, aunque sea de oídas, el best seller de Noah Gordon «El médico», editado en los 80, superventas durante décadas y también convertido en película. Pues bien, dos onubenses fans de la novela (Iván Macías -músico- y Félix Amador -escritor-) tuvieron la ocurrencia de convertirlo en musical hace años. Y digo ocurrencia porque los derechos del material los tenía su autor, norteamericano, y porque Huelva no es precisamente Broadway o el West End. Contra todo pronóstico, su arrojo llegó a buen puerto y, en 2018, veía la luz en Madrid, con el visto bueno del propio Gordon -que pudo verlo antes de morir-, un nuevo musical inédito en el mundo, 100% creado en España y con la ambición de ser, en un futuro, exportado a carteleras extranjeras.
Por ese lado, todas las loas son pocas para «El médico. El musical». De hecho, es lo mejor que tiene: la ambición de sus creadores, que en vez de importar una franquicia de éxito probado en el mundo, se han dejado la piel para levantar una producción de una complejidad y con una inversión inusitada en el teatro español. Y la cosa no les ha salido nada mal: aunque de momento parece que sólo están en tratos para exportarlo a Alemania y Chequia, ya han hecho dos temporadas en Madrid y están inmersos en una larga gira que pasó por Donostia en verano y ha llegado ahora a Bilbao (Teatro Campos; del 12 al 22 de enero).
Pero, ¿cuáles son, de verdad, los puntos fuertes de «El médico» como espectáculo? El primero es su música. La partitura y la colección de canciones que Iván Macías ha compuesto (con letras de Félix Amador; también autor del guion) está la altura de los estándares internacionales del género. Puede que falte alguna canción de más pegada que se pudiera convertir en hit que represente la obra, o que haya exceso de parlamentos entre cantados y hablados con poco ritmo, pero tanto las canciones como la banda sonora como conjunto funcionan, aportan numerosos momentos épicos, apuestan por un toque más lírico que la media popera del género y representan con variados matices e instrumentaciones el viaje del protagonista desde el Londres del siglo XI hasta Persia.
El elenco está también fantástico, y exhibe un lucimiento vocal impresionante en vivo (con Guido Balzaretti de protagonista, aunque los que se llevan el cum laude son Cristina Picos -su pareja-, Sergi Albert -el curandero que acoge al protagonista de niño- y Alberto Vázquez -el gran maestro de la medicina Avicena-). Por último, el vestuario (más de 400 piezas creadas por Lorenzo Caprile) también es un activo fundamental en el que se apoya este viaje por medio mundo.
Por contra, ¿cuáles son sus puntos débiles? Pues, como era el caso del propio libro, una historia culebronesca en la que los giros de guion se suceden sin profundidad -a veces incluso sin motivo ni verosimilitud, como forzados por un autor necesitado de encadenar secuencias-. Tampoco está a la altura de la producción que «El médico. El musical» quiere ser, una escenografía que, a pesar del correcto atrezo y de algunos decorados destacables, se apoya excesivamente en unas deslavadas proyecciones de fondo que, más que aportar al conjunto, le sacan a uno de lo que se está contando.
A todo ello, habría que sumar puntuales decisiones de dirección (el normalmente acertado Ignasi Vidal -buen actor, interesante dramaturgo y solvente director- lleva en esta producción en gira las riendas de un elenco de 21 actores y 9 músicos). Por ejemplo: la transición de niño a adulto del protagonista; la muerte y despedida del personaje del curandero al final de la primera parte; o, sobre todo, la delirante e indefendible batalla final a cámara lenta.
Esa sería, pues, mi balanza de pros y contras de «El médico. El musical». Vosotros/as decidís ahora si sacáis o no entrada (de 44 a 59 euros), sin dejaros llevar por la ya mencionada grandilocuencia promocional en la que, claramente, el/la responsable de marketing del montaje ha tirado de hipérboles encadenadas hasta perder el sentido.
«YARIN»
Y, en las antípodas de «El médico» en la cartelera de artes escénicas, recomendamos este mes también «Yarin», una pieza de danza minimalista, sutil, valiente, iconoclasta… Y (bien) sostenida en tres únicas patas: un bellísimo uso de la luz y las sombras, una música en vivo nada ortodoxa, y sólo dos bailarines en escena. Pero, claro, qué dos bailarines. El dantzari (y director de Kukai Dantza) Jon Maya y el bailaor (y ganador hace cuatro meses del Premio Nacional de Danza 2022) Andrés Marín, han unido sus talentos para concebir, crear e interpretar una coreografía en la que dantzak y flamenco dialogan y llegan incluso a darse la mano, pero sin caer nunca en el pastiche.
Estos dos muy contemporáneos creadores (pero a la vez muy apegados a las raíces de sus respectivas culturas), se encuentran, se muestran, se miran, se enseñan mutuamente en «Yarin», pero evitando deliberadamente el peligroso concepto de ‘fusión’. La apuesta aquí (y el gran mérito artístico) es otra: acercar dos tipos de danza con respeto, serenamente, prescindiendo de clichés y estereotipos, mostrando a dos hombres alejados de la masculinidad hegemónica que comparten una pasión, que se entienden, se admiran y se quieren.
Así, en «Yarin» no hay grandilocuencia alguna; es todo sutileza. Desde las cuidadas sombras y los desnudos intuidos con los que arranca, hasta los alegóricos abrazos, pasando por un vestuario íntegramente negro que marca las diferencias sólo en tejidos y cortes (y en el calzado y el tocado), siguiendo por el minimalista y rompedor acompañamiento musical y terminando por esos momentos sublimes en los que ambos intérpretes encuentran puntos en común en los pasos que cada uno está ejecutando por su cuenta y manteniéndose fiel a su identidad.
En suma, lo que ya apuntaba al comienzo: una apuesta radical, a contracorriente e, incluso, difícil para el público (al menos para el público que espere obviedades o una vistosa y animada ‘mezcolanza multicultural’).
Quizá en la segunda parte «Yarin» pierda algo de fuerza y se eche en falta un clímax o cierta conclusión, pero el camino entero (y sobre todo la primera mitad) es de una belleza cautivadora. Coproducida por la Sala BBK de Bilbao y la Bienal de Flamenco de Sevilla (ya se ha podido ver en primicia en ambos espacios), ahora emprende una gira que se prevé larga e internacional. A corto plazo, «Yarin» pasará por Sopela (Kurtzio Kultur Etxea, 27 enero), Donostia (Victoria Eugenia, 3 y 4 febrero) o Getxo (Muxikebarri, 19 febrero). Después por Tolosa, Zarautz, Basauri… Y también por Murcia, Elche, Marbella, Bogotá (Colombia), Biarritz (Francia)…