Tras el éxito del pasado verano, el show de despedida de La Otxoa arrancará el año en el Teatro Campos de Bilbao. Un «acontecimiento cuasi histórico» con el propio homenajeado cantando en directo sus clásicos
Se acercan las Navidades y seguro que ya estás pensando en los regalos que aún no has pillado. A mí, sinceramente, no se me ocurre mejor opción este año que un par de entradas para el gran musical vasco de este año: «¡Agur, Otxoa feroz!», que abrirá 2024 en el Teatro Campos de Bilbao (del 5 al 7 de enero). Como decía aquella: ¿A quién no le va a gustar?
Tengo que matizar, antes de entrar en materia, que cuando este espectáculo se estrenó (la pasada Aste Nagusia), servidor colaboró en determinadas tareas en aquellas funciones. Pero, antes de que ninguno/a me acuse de vendido y tendencioso -que os veo venir-, ahora el montaje vuela solo y yo ya no tengo implicación alguna. Por tanto, aclaración para suspicaces: Voy a ser tan sincero, libre y fiel sólo a mi criterio (subjetivo, claro) como pueda (como, por otra parte, siempre lo intento ser en mis críticas y como ya lo fui cuando reseñé este show en mis redes sociales personales el pasado agosto).
Más que una obra, «¡Agur, Otxoa feroz!» me parece todo un acontecimiento diría cuasi histórico sin miedo a exagerar. Porque toda loa y homenaje (más aún cuando es en vida) a los mayores que se partieron la cara y se arriesgaron para que nosotros/as podamos ir hoy día tranquilos/as por la calle me parece no sólo merecido sino necesario. Además, también admiro de corazón a quienes viven su madurez felices, sin rencor alguno, pese a todo lo que el mundo y la sociedad les negó en su adolescencia y juventud. Bravo, Otxoa, bravo José Antonio. Y, sobre todo: MILA ESKER!
Este espectáculo supura tanto cariño por el personaje de La Otxoa y por la persona José Antonio Nielfa (en el texto, en el acompañamiento del elenco a la diva en escena… ¡hasta en el mismo cartel!), que, sólo por eso, ya es digno de ver. Además, reinventa el manido genero del ‘musical juke-box’ (esos hechos en base a las canciones de un grupo o artista), al tener al homenajeado en escena interpretando sus propios temas. Encima, el autor (Unai Izquierdo) tiene la inteligencia de no obligarse a encajar las canciones míticas en la acción a cualquier precio (como suele pasar) y de no renunciar a emplear canciones ajenas (pero pertinentes) cuando la historia lo pide.
Sin pudor alguno, acierta al reservar los ‘hits’ para el esperado bis final (que el público merece), logrando no lastrar lo que quiere contar (los primeros años de la vida de José Antonio) ni el tono en el que quiere contarlo (la cosa fue más bien ‘durita’ para un ‘crío mariquita’ que quiso vivir fuera del armario en pleno franquismo; un crío del barrio de San Francisco con el loco sueño de llegar a ser un cantante de éxito).
La directora (Getari Etxegarai), también da en el clavo al alejar deliberadamente las partes dramatizadas del género del cabaret y del ‘petardeo’. Sin renunciar al humor, claro (¡qué momentos nos regalan los franquistas o las dos amigas bilbaínas!), pero dejando espacio también a la pura emoción e, incluso, a la lágrima si toca (¡maravilla ese «Rock & Loca» intercalado con la dura historia de amor/desamor!). Y, por supuesto, preservando los momentos de lucimiento de la estrella, de la diva, de La Otxoa; que puede desplegar su peculiar estilo sin por ello entorpecer la acción. Y lo hace no sólo cantando, sino incluso asaltando al público en un momento 100% Otxoa (qué grande es este hombre, ¡no le tiene miedo a nada! ¡qué bello cuando hasta muestra sin pudor cierta vulnerabilidad, propia de sus 76 años!).
En el show brillan además dos intérpretes: Arnatz Puertas (es el sexto trabajo teatral suyo que veo y puedo afirmar que es el nombre más prometedor de la actual cantera vasca; ¡qué tablas! ¡qué aptitudes! pese a sus 22 años) y Gemma Martínez (una mujer con una vis cómica arrolladora que a mí me desarma sólo con verla en el escenario -aunque también sabe medir perfectamente el tono según la escena-).
Las pegas que veo en «¡Agur, Otxoa feroz!» son una iluminación poco lucida, que no saca todo el partido a lo que ocurre en escena en cada momento; así como una escenografía que, aunque inteligentemente funcional, versátil y vistosa, a mí se me hace algo fría, sobria (incluso diría que, en algún momento, hasta parece remar en contra del montaje y de la estrella). Además, echo en falta una transición más suave en la llegada de la escena final (la de aquella segunda Aste Nagusia de 1979 en la que La Otxoa se convirtió en leyenda) y también algo más de contexto y detalles de aquel acontecimiento que cierra el show en lo más alto (y que los que no lo recuerden, me temo que no consiguen contextualizar del todo).
«¡Agur, Otxoa feroz!» son casi dos horas que se hacen muy cortas (gracias a un ritmo medidísimo y a un equilibrio de elementos, géneros, pasajes… perfecto). Dos horas sin baches en las que se saca el máximo partido de todos los recursos disponibles. Dos horas que te dejan con ganas de una segunda parte. O, mientras no la haya, con ganas de repetir. Yo, de hecho, la he visto tres veces ya; palabra. Y no puedo más que aullar: Gora Otxoa feroz!!! Ah, y sí, no pasamos por alto que La Otxoa acaba de pasar por una angina de pecho que nos ha asustado a todos sus seguidores, pero no se alarmen: las funciones de enero en el Teatro Campos de Bilbao se mantienen porque la recuperación va estupenda. Y, ojito, porque las entradas están volando. Más información aquí.