Si la gente no apaga los teléfonos en el teatro, crea una obra en la que los móviles del público sean parte activa. Es lo que parecen haber pensado los creadores de “Privacidad”, recién estrenada a Bilbao y que se verá en Madrid (Teatro Marquina) a partir de octubre
Si no puedes con el enemigo, únete a él. Ese podría ser el punto de partida de «Privacidad», un montaje teatral para el que no sólo no se deben apagar los móviles, sino que se pide al público que los use a lo largo de la función -eso sí, acuérdate de silenciarlo, que esto no deja de ser un teatro-. Más allá de esta ‘boutade’, el verdadero origen de esta obra de teatro está en la actual preocupación que todos tenemos con respecto al uso que hacemos de las nuevas tecnologías. O, más bien, respecto al uso que ellas hacen de nosotros y, sobre todo, de nuestra información.
¿Nuestro móvil lo sabe todo de nosotros? ¿Quién almacena esos datos y qué hace con ellos? ¿Hasta qué punto somos libres en Internet y hasta qué punto los estímulos personalizados que nos lanzan los algoritmos guían nuestra navegación? Por si alguien se mostraba aún escéptico, casos como el de Cambridge Analytica o tramas como la desvelada por Edward Snowden han demostrado que la cosa va mucho más allá de las dichosas ‘cookies’, las publicidades personalizadas o las interminables condiciones que siempre aceptamos sin haberlas leído antes.
Concebida originalmente por James Graham (autor) y Josie Rourke (directora), «Privacidad» se estrenó en 2014 en Londres, luego saltó a Broadway (con Daniel Radcliffe en el papel principal) y, en 2017, finalmente tuvo versión en castellano en México con Diego Luna como uno de sus protagonistas. Ahora, llega una nueva producción para el mercado español, que ha tenido su estreno absoluto en el Teatro Arriaga el pasado 16 de septiembre (donde estará en cartel hasta el día 26) y que después se verá en Madrid (Teatro Marquina) a partir del 8 de octubre.
Con Adrián Lastra a la cabeza, ha sido adaptada partiendo del montaje mexicano por el actor y director Esteve Ferrer, quien ha introducido dos cambios fundamentales. Por un lado, la duración, que se reduce de las casi tres horas a algo menos de dos. Por otro, la actualización a 2021, puesto que, en cuatro años, el vertiginoso mundo de las nuevas tecnologías ha avanzado tanto que «habían surgido muchas novedades que había que incluir», nos decía el propio Ferrer en la presentación a la prensa el pasado jueves en Bilbao.
Lo que se ha mantenido intacto desde la versión original es el planteamiento y la estructura de «Privacidad»: un dramaturgo en horas bajas visita a su terapeuta y, a partir de ahí, en su subconsciente empiezan a asaltarle proyecciones de variopintos personajes que le interpelan y le instruyen sobre este mundo de hiperconexión e hiperexposición en el que vivimos. Unos son secundarios que le rodean en la ficción (y hacen avanzar la trama) y otros son trasuntos de personalidades reales: científicos, estudiosos, sociólogos…, que permiten trufar el guion de datos reales y hechos contrastados. Porque todo lo que cuenta «Privacidad» sobre cómo ordenadores y teléfonos nos monitorizan es rigurosamente cierto; de hecho, Ferrer se refiera a la obra con el término de «docuficción».
Ese juego teatral de personajes reales apareciéndose en medio de una historia de ficción es el gran punto fuerte de «Privacidad», que encuentra así el equilibro perfecto entre lo lúdico y lo didáctico (aunque muchas cosas que nos cuenta sobre nuestros móviles ya las sepamos), sin entorpecer el ágil ritmo de un espectáculo claramente concebido para entretener. Otro acierto es la apuesta por la mezcla de géneros: hay pasajes serios, secuencias disparatadamente cómicas, toques de vodevil, algunos números musicales, interpelación directa al público, improvisación… Entre eso y la desprejuiciada forma de romper la cuarta pared y las convenciones básicas de la ficción teatral (en algunos momentos los intérpretes llegan incluso a hablar como los actores que son y no como los personajes que interpretan), «Privacidad» presenta una primera parte irreprochablemente dinámica, hasta con un punto alocado, que funciona y engancha.
A favor de obra juega también la grandiosa escenografía (sello de la productora con sede en Bizkaia Let’s Go), que reproduce un fondo compuesto por grandes teléfonos móviles y al que se saca ingenioso partido con proyecciones y cuidados video mappings.
Sin embargo, tras esa primera hora, el ritmo se reduce y se llega incluso a frenar en seco en los tramos de mayor interacción con el público. Las improvisaciones con los espontáneos (si es que lo son, ya que en al menos tres funciones hemos constatado que una de las ‘elegidas’ fue la misma chica, para más inri actriz de profesión) no funcionan. Tampoco se saca especial partido a las indagaciones en la huella digital de los que estamos en el patio de butacas (cuando compres tu entrada te preguntarán si das permiso para que tu rastro en Internet sea parte de la función). Además, las preceptivas mascarillas que el elenco se ha de poner al subir espectadores al escenario hacen que las dicciones (ya de por sí algo confusas en escenas anteriores) se hagan casi ininteligibles. Y, encima, nadie se ocupa de que el micro del público permanezca cerca de la boca de quien habla para que el resto de la audiencia pueda escuchar.
Aun en esos momentos, hay dos piezas del elenco que siguen brillando: Canco Rodríguez (ojo, que en Bilbao sólo estará en tres de las 13 funciones; en el resto le sustituirá Fran Sariego) y Candela Serrat. Pero ellos solos no pueden levantar ese segundo y caótico tramo de «Privacidad» que hace aguas; a lo cual, seamos justos, seguramente contribuyó el hecho de que acudiéramos al teatro la noche del estreno absoluto, cuando la función no ha podido tener aún rodaje con el que ir puliéndose. Lo que sí será más difícil de levantar es la supuesta trama del personaje principal que interpreta Adrián Lastra; no hay aquí historia, ni periplo vital, sólo un artificial arco de final forzado e impostado. Quizá sería mejor no buscar un supuesto argumento y asumir que el papel de Lastra es, en realidad, el de una especie de maestro de ceremonias que va dando paso a secuencias, números con el público y sketches que él mismo protagoniza en este gran espectáculo sobre Internet (más que obra de teatro) que es «Privacidad».