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Donostia mirando al río Urumea

San Sebastián desde el Kursaal a Txomin Enea, divisando palacios, hoteles, caseríos, puentes, churrerías, conventos y cuarteles militares.

Los dos márgenes de San Sebastián // BI FM
Un paseo por San Sebastián a lo largo del curso del río, desde el Kursaal a Txomin Enea, divisando palacios, hoteles, caseríos, puentes, churrerías, conventos y cuarteles militares. Una manera diferente de conocer la ciudad.

Que la línea de la costa se mueve en función de las mareas lo sabe muy bien José Anselmo, un hombre de 80 años que, junto a su hijo Iñaki, de 46, pretende capturar lubinas, doradas o lo que sea. «Venimos cuando la marea empieza a subir», dice con la caña de pescar apoyada sobre el puente del Kursaal. Hace un año una ola gigantesca le dio un mordisco a una de las barandillas y, según cuentan, hace 100 años este puente -también conocido como La Zurriola- sufrió la embestida de una ballena. Hoy no es uno de esos días de fuerte oleaje y el río Urumea discurre manso como un viejo buey por varios barrios de la ciudad: Gros, Centro, Amara, Loiola y Martutene.

Iñaki, con su caña junto al Kursaal // BI FM

Donostia no se conocería en el mundo sin la bahía de La Concha y su apego por el mar, pero no existiría sin este río humilde («ur mehea» sinifica agua fina o delgada, de poca profundidad), de apenas 60 kilómetros, que en su tramo final moldea una ciudad entera. En su desembocadura, a la altura de la pareja de pescadores, la mezcolanza arquitectónica/comercial es fascinante. Entre los dos primeros puentes conviven dos emblemas afrancesados como el Teatro Victoria Eugenia y el hotel María Cristina junto con los cubos de Moneo; nuevos locales de aires nórdicos se adueñan de la calzada para sortear el COVID (Oh Baba, Baga Biga) y una cerrajería histórica (Lejarreta Seguridad) sigue a lo suyo en el Paseo Ramón María Lili. En realidad, toda esta zona ha estado dominada por varias compañías de seguros, de ahí que el edificio racionalista que hace esquina reciba el nombre de la empresa La Equitativa.

Victoria Eugenia y María Cristina, de la mano // BI FM

Edificio La Equitativa // BI FM

Más adelante ocurre un pequeño milagro en estos tiempos invasivos. Un hotel, de la cadena ABBA, ha respetado escrupulosamente la fachada barroca del Palacio del Conde de Vastameroli, en pleno Paseo de Francia. Todo está como siempre, o eso parece. El edificio protegido, poco visible al estar semioculto en un lado del vial, mantiene intacta una curiosa inscripción tallada sobre sus piedras: «En la casa del que jura, no faltará desventura». En la valla, cerrada a cal y canto por la pandemia, destaca el dorado con la letra V, que no deja lugar a dudas sobre quién levantó la villa.

V de Vastameroli // BI FM

Óscar Simón, un churrero de 45 años, se aburre como una ostra. Su caseta está «anclada», dice con resignación, en una esquina que da a uno de los obeliscos del Puente de María Cristina. Los días que la Real jugaba en casa la Churrería Donostia solía desplazarse a los alrededores de Anoeta, así como a las fiestas de barrio y de pueblos cercanos. Los churreros, ya se sabe, tienen un ADN nómada. Pero desde la irrupción del coronavirus ya nada es igual y, como tantos otros, Óscar vive en el alambre de la incertidumbre. «Yo pensaba que con el cierre de bares vendría más gente, pero no ha sido así. Lo que de verdad nos gustan son los bares», afirma. Llega un cliente, el primero de la tarde. «¿Me pones media docena de churros?».

Churrería Donostia, junto al Puente de María Cristina // BI FM

Unos metros más allá, una valla provisional, una cinta amarilla de la policía y unas flores recuerdan que aquí hubo un accidente. El pasado 30 de diciembre un coche de la Ertzaintza se precipitó al río y uno de los agentes murió, mientras que su compañero salía con vida. Dos meses después no se sabe nada más de lo que sucedió, lo que ha convertido el caso en una máquina infalible para fabricar rumores. Durante varios días solo se habló de una cosa en esta ciudad. ¿Cómo ha podido pasar algo así? ¿Cómo es que derribaron el murete? ¿A cuánta velocidad iban?

Flores en recuerdo // BI FM

A medida que el mar se aleja aparece una San Sebastián menos transitada que abandona su típica imagen burguesa. Los edificios pierden distinción y ganan altura. La ciudad se estira. Destaca el Hotel Amara Plaza, que a lo lejos recuerda a una imponente ficha de un juego de mesa. Una pareja joven aprovecha para disfrutar del sol en un banco, pero las nubes se apresuran en cubrir el cielo. Después del Puente de la Real Sociedad, que en 2010 sustituyó al antiguo Puente del Hierro, un monolito en recuerdo a las víctimas de la dictadura franquista corona la Placita Segunda República. Encajonado debajo de la autopista, el zumbido de los coches es constante.

La ciudad se estira // BI FM

El sol de invierno // BI FM

Monolito por las víctimas del Franquismo // BI FM

Una pasarela peatonal conecta el barrio Riberas de Loiola con el parque Cristina Enea. Dos amigos de toda la vida conversan mirando al río justo enfrente del colegio Mundaiz. Son Eusebio y José María, tienen 80 y 87 años, respectivamente:

– De chavales veníamos y nos bañábamos. ¿Te acuerdas?
– Claro. Cómo me voy a olvidar.
– ¿Cuándo hicieron esto?
– No lo sé.
– ¿Hace 20 ó 25 años?
– Por ahí, sí.

Más de ocho décadas junto al Urumea // BI FM

Behin batean Loiolan

El paisaje se vuelve cada vez más tupido y verde; el río empieza a caracolear. De repente, el caserío Astiñene aparece al otro lado del Urumea, junto al puente que conecta los barrios de Loiola y Egia. Está más solo que la una. La construcción, del siglo XVII, languidece en una ladera. Sobre su futuro se lleva dando vueltas varios años en los tribunales, precisamente para ver quién se hace cargo de las obras necesarias que garanticen la estabilidad y seguridad de la estructura. En marzo de 2020 una sentencia del TSJPV se puso del lado del Ayuntamiento: son los propietarios los que deben afrontar su reforma.

Vestigios de otras épocas // BI FM

Ya en Loiola, tras pasar la sede del club de remo Ur Kirolak, unos inesperados habitantes (un poni y dos cabras) pasean por los terrenos de una pequeña huerta en forma de triángulo. El río sigue su curso y una barquita se desliza a cámara lenta, como si tuviera resaca. Una curiosa escultura de una lavandera aparece mirando al río a la altura de los terrenos del cuartel de Loiola, varados como una ballena. Si el reciente acuerdo entre el Gobierno español y el PNV se cumple, podrán construirse cientos de viviendas en suelo militar y este barrio cambiará para siempre.

Soldados sin batalla // BI FM

Otro caserío abandonado, Patxillardegi, aparece por sorpresa debajo de las torres de Camino de la Hípica. En 2014 sufrió un incendio que casi acaba con este desgastado edificio -¿el más antiguo de San Sebastián?- que sus vecinos conocen como «la casa en la que meó la reina». Según cuenta la leyenda, Isabel II sintió la imperiosa necesidad de entrar a su interior mientras paseaba por la orilla del Urumea durante una calurosa tarde de 1845. Debió quedarse satisfecha: firmó una orden por la que los varones que nacían en el caserío quedaban exentos de cumplir el servicio militar.

El (otro) trono de Isabel II // BI FM

La tarde cae. Antes de llegar a la cárcel de Martutene el río se encoge a su paso por Txomin-Enea, una zona de nueva construcción que no termina de cuajar por culpa de unas obras interminables. Las casas son blancas impersonales, sin sal ni pimienta. Lo más interesante sucede al borde del Urumea, donde padres y niños juegan en los parques y un convento de monjas llamado Kristobaldegi, de la orden de las franciscanas concepcionistas, se mantiene en pie desde 1860.

Txomin-Enea: estamos trabajando en ello // BI FM

Que los árboles no te impidan ver el convento // BI FM

En el caminito pegado a las aguas brilla un rincón con coloridas flores y se muestra la foto de Iñaki García pegado a un tronco. En 2014 el cuerpo del joven donostiarra fue hallado sin vida en el Urumea después de que cayera al cauce del río.

In memoriam // BI FM

Otro club de remo y otro caserío mítico. Lugañene luce sus mejores galas tras su rehabilitación en 2020, donde acoge al equipo Arraun lagunak. Una furgoneta de color azul eléctrico aparcada cerca de la verja de la entrada depara una última sorpresa: de su interior salen unas voces flamencas en un encuentro íntimo entre amigos. El río se aleja del paseante y también de Donostia. Una rotonda de tráfico denso se planta sin previo aviso en la ruta.

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