Liam Gallagher, Thom Yorke, Vetusta Morla, Sleaford Mods, Slaves, Delaporte, Ms Nina, Nils Frahm, Khruangbin, The Psychotic Monks, The Voidz… y 35.800 asistentes marcaron la primera jornada de la 14ª edición del festival
La primera jornada de Bilbao BBK Live 2019 congregó este pasado jueves a más de 35.800 asistentes, según datos de los organizadores, la promotora Last Tour. Un primer día marcado por el buen tiempo y en el que no hubo que reseñar ninguna incidencia ni contratiempo de importancia. Es más, aspectos como los siempre conflictivos transportes y accesos al festival se vieron mitigados gracias a la previa y ágil colocación de pulseras en el estadio de San Mamés y a la habilitación de un parking para autobuses en los terrenos de la antigua fábrica de Beyena.
Tras endurecer glúteos subiendo a pie los 800 metros largos que separan la parada final de bus con el recinto de Kobetamendi, uno enseguida se daba cuenta del crecimiento del festival, que en esta su edición número 14 cuenta con la friolera de siete escenarios (cuando, en sus primeros años, no se solapaba ni un solo concierto al contar solo con dos, alternos). Además, el número de stands de marcas patrocinadoras también se ha multiplicado exponencialmente, incluyendo karaokes, concursos de estilo televisivo y hasta «estaciones de repostaje de belleza» (por cortesía de Yves Saint Laurent). «The times they are a-changing», que diría Bob Dylan.
Con todo, un recinto de estética muy cuidada, amplio y con su característico manto verde y arbolado. Una gozada, si lo comparamos con otros eventos de similares características. Además, no sabemos si por aquello de ser solo el arranque del primer día (habrá que verlos el sábado de madrugada), pero todo el personal currante del evento con el que dimos (de camareros a seguratas, pasando por autobuseros) fue de lo más agradable (y eso que ya sabemos que en los festivales no siempre se trabaja en las mejores condiciones).
Eso sí: seguimos sin conocer por qué está prohibida la inserción de comida para poder apaciguar las necesidades nutricionales mínimas del asistente (sin tener que verse obligado a pagar 7 euros por un perrito caliente).
En lo musical, el jueves era la gran noche de Liam Gallagher, qué duda cabe. El excantante de Oasis, que tiró de manera salvaje del legado de su antigua banda (más, incluso que en los FIBs de 2018 y de 2017), ofreció un setlist con títulos al alcance de muy pocos (bueno, ahí estaba su hermano Noel, actuando a la vez, pero a 400 kilómetros, en el madrileño Mad Cool). Con un nivel vocal aceptable y su habitual (y abrigada) estampa, hizo las delicias de los miles de «modernos del 2000» (que dirían Pantomima Full) allí reunidos.
Y es que muy mal concierto habría que dar para tener en la manga canciones como «Rock ‘n’ Roll Star», «Morning Glory», «Columbia», «Slide Away», «Roll With It», «Cigarettes & Alcohol», «Wonderwall», «Supersonic» y «Champagne Supernova» y no salir victorioso. Las menores (y propias) «Wall of Glass», «Greedy Soul» o «Shockwave» demostraron que, al menos, no desmerecen.
Pero, ojo, que hay quien pone en duda que el mancuniano fuera la gran estrella de la noche, contando, como se contaba, con otro ilustre artista británico que hizo carrera en los gloriosos años 90: Thom Yorke. El líder de Radiohead, que venía bajo el rimbombante nombre de «Thom Yorke Tomorrow’s Modern Boxes», ofreció un show hipnótico y oscuro que, quizá, obligaba a ser muy fan para soportarlo a esas horas (en torno a la 1 de la madrugada).
El repertorio, procedente de su disco de este año, «Anima» (tienes en Netflix el corto del mismo título de Paul Thomas Anderson), sin olvidar «Tomorrow’s Modern Boxes» (2014), «The Eraser» (2006) y dos rescates de su banda paralela Atoms for Peace («Amok» y “Default”). También cayó «Has Ended», de «Suspiria: Music for the Luca Guadagnino Film», otra delicatessen que puede que todo el mundo hubiera disfrutado más y mejor en otro momento y lugar. De Radiohead, ni rastro.
Siguiendo con los grandes nombres del jueves, para muchos, las grandes estrellas del primer día fueron Vetusta Morla. Tras cinco años sin acudir a Kobetamendi (pero actuando por quinta vez, ahí es nada), su disco de 2017 («Mismo sitio, distinto lugar») merecía una especial atención, qué duda cabe. Eso sí, supieron jugar sus cartas y salpicar el show con bien de éxitos pretéritos, que los tienen («Copenhague», «Madilta dulzura», «Sálvese quien pueda», «Los días raros»). Nunca serán Echo & The Bunnymen, pero, por favor, tampoco los metamos en el saco de Izal, Supersubmarina o, glups, Leiva. Hasta con el euskera se atrevieron.
Y qué decir del resto. Pues que Sleaford Mods son los putos amos, con su punk de caja de ritmos (qué gozada «TCR») y su mínima pero honesta puesta en escena; que Slaves también saben que el pop británico está tan perdido que solo puede salvarse por la vía bruta; que John Grant es pura elegancia (a pesar de actuar descalzo y en pantalón de deporte), carisma y talento; que no le hacemos todo el caso que se merece a la escena francesa: muy bien The Psychotic Monks; que la delicadeza del pianista alemán Nils Frahm nos encantó, pero que seguramente mejor en un auditorio; que Delaporte tienen algunas de las mejores canciones de pop sintetizado de los últimos años -aunque pequen de naifs-; que Ms. Nina, el trap, el reguetón y el perreo en general tienen su sitio en este festival (para terror de indies y rockeros de pro -que ya bastante mal llevaban lo del indie-); que Khruangbin deberían cambiar de nombre (pero no de peluquero ni de ese gusto por mezclar el dub con la psicodelia, el funk o el soul); que la verdadera banda de Julian Casablancas, hoy por hoy, no es The Strokes sino The Voidz; que Basoa va a más y es el escenario predilecto de los amantes de la electrónica (y de la nocturnidad en general)…
…y que quedan dos días, con Rosalía, Weezer, The Good The Bad And The Queen, Suede o Laurent Garnier como grandes reclamos. Encima, parece que este año no va a llover…
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