La producción del actor malagueño de “A Chorus Line” estará en el Arriaga de Bilbao hasta el 16 de febrero. Después partirá a Barcelona (Teatre Tívoli) y Madrid (Teatro Príncipe Pío), pero ya podemos decir que será el gran musical de este 2020
Valiente, muy valiente ha sido Antonio Banderas al haberse decidido por recuperar la versión original del musical de Broadway de 1975 «A Chorus Line» como proyecto con el que inaugurar el nuevo teatro que acaba de crear en su Málaga natal (el Teatro del Soho, que abría sus puertas el pasado noviembre).
Unos aspirantes a saltar a las tablas de Broadway realizan un casting ante un imponente director que prepara un musical y busca ocho coristas que puedan servir como cuerpo de baile y, en definitiva, como difuso fondo sobre el que las verdaderas estrellas puedan lucirse. Eso, y solo eso, es lo que narra «A Chorus Line» en tiempo real durante más de dos horas, que son las que dura la audición a la que se están enfrentando en la ficción los ansiosos aspirantes.
Tampoco nos llevemos a engaño, porque el aparentemente paupérrimo punto de partida del proyecto con el que Banderas ha querido poner en el mapa su teatro es, desde luego, un clásico ya indeleble en la historia del género. Se mantuvo 15 años en cartel en Nueva York tras su estreno; ha vivido numerosas reposiciones en todo el mundo desde entonces; y hasta generó una película homónima en 1985 (con Michael Douglas como el coreógrafo responsable del casting). Pero no por ello deja de ser una osadía apostar por recuperarlo precisamente ahora en España, cuando estamos viviendo una edad dorada del género musical gracias a despampanantes franquicias que deslumbran a un público que se cuenta por decenas de miles, principalmente desde la Gran Vía madrileña.
Porque en «A Chorus Line» no hay flamantes escenografías, ni incesantes cambios de decorado, ni deslumbrantes vestuarios, ni una historia de esas que son una montaña rusa de emociones y giros argumentales. Lo único que hay aquí es una veintena de chicos y chicas dejándose la piel por un sueño; una veintena de sudorosos aspirantes a extras pasando pruebas que, con suerte, les llevarán a un trabajo alimenticio; una veintena de bailarines vestidos con sus propias y cómodas ropas de ensayo que, durante 135 minutos, no van a moverse de una única localización, ese vacío escenario donde están siendo escrutados por un director que pasa la mayor parte de la función fuera del foco del público, lanzándoles preguntas desde las sombras del fondo del patio de butacas.
Y la versión que Banderas ha querido levantar, producir y codirigir (e, incluso, interpretar durante los dos meses que el montaje ha estado en Málaga hasta el pasado enero) es escrupulosamente fidedigna a esa economía conceptual de la versión original de hace 45 años. En texto (se ha prescindido de esas cargantes morcillas localistas que a veces intentan acercar guiones pretéritos al presente en el que se representan); en partitura (interpretada en riguroso directo y sin elemento alguno pregrabado por una banda de una quincena de músicos); en coreografías (Baayork Lee -quien fuera en 1975 una de las intérpretes y cocreadoras- se ha encargado de recuperar la dirección y los números de baile originales). Y, en definitiva, en esencia. Porque de eso se trata aquí, de apostar por la esencia, por la quintaesencia, del género musical. Por olvidarse de todo lo que le da brillo y pompa y centrarse en regresar a lo básico. Porque «A Chorus Line» es solo (que no es poco) eso: baile + música + pequeñas historias personales de luchadores apasionados por su profesión (la eterna aspirante a punto de tirar la toalla, el afeminado del que todos se reían en el colegio por su amor por el baile, la inmigrante oriental limitada profesionalmente por su físico, la que pudo ser estrella pero tiene que volver a ser corista para llegar a fin de mes…). Sin más artificio.
La profesionalidad y los medios humanos invertidos en levantar este aparentemente sencillo «A Chorus Line» que estos días podemos disfrutar en el Teatro Arriaga de Bilbao (hasta el 16 de febrero), hacen que el show que se ofrece alcance la excelencia. Porque, a pesar de lo osado de la apuesta, los aciertos son incuestionables y generan un resultado final de sobresaliente. El primero, el extraordinario trabajo de casting para ensamblar una impecable compañía (nombres desconocidos para el gran público pero entre los que, seguro, tenemos a futuras estrellas -mención especial para la carismática Kristina Alonso, para el resuelto y encantador Albert Bolea o para el impecable bailarín Alberto Escolar). El segundo, la recuperación del exquisito diseño de luces original (adaptado ahora por Carlos Torrijos -¡¡bravo!!-), que funciona como verdadero (y etéreo) decorado que confiere en cada momento la profundidad, el ambiente y los diferentes espacios y tonos que el guion requiere. El tercero, renunciar al típico entreacto de descanso (a pesar de que la función sobrepase las dos horas y cuarto de duración) para que, efectivamente, los espectadores vivamos el casting completo en tiempo real con la misma intensidad con la que lo sufren sus protagonistas. El cuarto, haber sustituido para la gira al propio Banderas por Pablo Puyol en el personaje de Zach, el director responsable del casting, ya que da mucho más acertadamente el perfil que el personaje requiere. El quinto… Sí, podríamos alargar las loas un buen rato más.
Con este sentido homenaje a quienes renuncian al brillo propio por ser solo una parte más del engranaje sobre el que deslumbran las grandes luminarias (esos «segundones» que luchan por sacar la cabeza en el agitado mar que a veces es la vida), el actor malagueño echa la vista atrás, tras su consagración mundial, a sus orígenes como aspirante a actor en una pequeña ciudad española de provincias de los años 70 (de hecho, la noche en la que nosotros veíamos su «A Chorus Line» en el Teatro Arriaga -el pasado domingo-, él asistía como flamante nominado a Mejor Actor Protagonista a la ceremonia de los Oscar en Hollywood). Y es que este es, claramente y por muchos proyectos que aún le queden por llevar a cabo, el gran (y personalísimo) legado que Antonio Banderas ha querido dejar en su profesión y con el que ha querido alentar a las nuevas generaciones de soñadores a que no renuncien a intentar convertir la entrega a una pasión en un medio plausible de vida.
Tras su actual estancia en Bilbao (primera parada de la gira tras el estreno en Málaga), Antonio Banderas llevará su producción de «A Chorus Line» a Barcelona (a partir del 21 de febrero en el Teatre Tívoli) y a Madrid, donde se podrá ver del 4 de abril al 3 de mayo (en el Gran Teatro Bankia Príncipe Pío). Solo podemos despedirnos por este mes recomendándoos que, si podéis (y si el bolsillo lo permite, pues las entradas, aunque lo valen, no son precisamente baratas) no os perdáis el que, seguro, va a ser el gran musical de este 2020 en la cartelera teatral española. Zorionak, Antonio!!!