Xabier Montoia se ha tomado su tiempo para publicar la continuación de aquel magnífico «Montoiaren mundu miresgarria» de 2011. Fue un disco de mucho poso, con el que además -siendo fiel a esa cosa tan suya de ir renovando su propuesta- inauguró un lenguaje musical muy sosegado, alejado de sus parámetros previos, y al que ahora ha decidido dar continuidad. Ciertamente, poco o nada queda ya de aquel sonido habitual en el inicio de su carrera -no solo con Hertzainak o M-ak, sino incluso en sus primeros pasos en solitario- basado en las hechuras típicas del rock tradicional y marcado por la electricidad, el bajo y la batería, y tampoco de esa suerte de soul autóctono al que se ha acercado en ocasiones. Contando de nuevo con la ayuda del cada vez más inquieto Ibon Rodríguez (miembro de Eten, colaborador de Mursego, impactante improvisador vocal), que a estas alturas prácticamente se ha convertido en su lugarteniente y que aquí se ha encargado de los arreglos y acompañamientos orquestales, han decidido dar un paso más: si hace seis años los protagonistas fueron el piano y el chelo, ahora el disco se sostiene sobre un cuarteto de cuerdas completo, con violonchelo, viola y violines. Plantada entonces la semilla, ahora se amplía el jardín. Quién nos iba a decir hace unos años, por cierto, que el chelo se iba a convertir en un personaje corriente dentro del paisaje del rock vasco de autor. Y ahí está, con pinta además de que ha llegado para quedarse.
«Gorraizea» (Gaztelupeko Hotsak), un título que hace referencia a ese precio que en forma de ruido molesto y persistente en el oído terminan pagando tantos músicos y aficionados después de años de exposición a la música, es, paradójicamente, un disco muy tranquilo, minimalista. Continúa, por tanto, la senda iniciada en el anterior y, de hecho, contiene muchas canciones cuyas músicas nacieron entonces, aunque las letras hayan sido objeto de un trabajo más reciente. Son temas que esconden mucha complejidad y gran riqueza musical bajo una apariencia sencilla. Escuchándolo, uno fantasea con el contraste entre la precisión y eficacia del trabajo de cada uno de los músicos durante el proceso de grabación y todo ese mundo de atmósferas ensoñadoras que crea un acompañamiento orquestal alejado de cualquier atisbo de épica –siempre tan molesta…- y que se diría orientado hacia la dramatización de lo contado. Que por otro lado son las cosas habituales en el mundo de Montoia -la peripecia vital, la amistad, el paso del tiempo…-, por supuesto, reservando espacio para esas sorpresas que como es frecuente alberga su prosa y que en esta ocasión protagoniza una minuciosa descripción de lo que un visitante encuentra al acceder a la prisión francesa de Réau.
Un disco de madurez absoluta en el que Montoia, en lugar de reinventarse, ha decidido perseverar en la línea que apuntaba «Miresgarria», mejorando lo allí apuntado. Intuyo que no permanecerá mucho tiempo en lo que ahora parece un territorio confortable y ya hay curiosidad por ver su siguiente movimiento, con la duda de si decidirá dar otra vuelta de tuerca –quizá rodeándose de un acompañamiento orquestal completo, algo que llegó a plantearse inicialmente para este trabajo siendo descartado por motivos logísticos y económicos- o bien optar por un nuevo cambio radical de planteamiento. Seguro que ni el propio artista sabe por dónde irá, más teniendo en cuenta el ritmo tan pausado que aplica a su carrera musical. Pero Montoia se ha ganado el derecho a confiar en que, haga lo que haga, no será ni repetitivo ni superfluo. Y este disco nos acompañará hasta entonces, seguro que sin mostrar síntomas de agotamiento.