La localidad costera vizcaína acogió el pasado fin de semana la 27ª edición de su Festival Internacional de Blues. En la Plaza Biotz Alai (Algorta) descubrimos al huracán Davina, asistimos a la lección de maestría del septuagenario Parker y vibramos con el abrasivo Sardinas. Nos lo cuenta nuestro redactor Óscar Díez, con fotos de Stuart MacDonald
Getxo se vuelve más musical que nunca entre julio y septiembre. La temporada comienza con su festival de jazz, sigue con el de blues y finaliza con el de folk, todo un lujo siempre gracias a sus precios asequibles y a sus carteles seleccionados con criterio exquisito. Ese ha sido el caso de la 27ª edición de su Festival Internacional de Blues o, lo que es lo mismo, de Getxo&Blues 2015, donde hemos tenido la oportunidad de ver (en la Plaza Biotz Alai de Algorta) al huracán Davina junto a sus The Vagabonds (jueves 16 de julio), al clásico Maceo Parker (viernes 17) y al incendiario Eric Sardinas arropado por su banda Big Motor (sábado 18). Nos lo cuenta nuestro redactor Óscar Díez, con fotos de Stuart MacDonald.
El pasado jueves, 16 de julio, era un día como otro cualquiera (comer en casa de los padres, hacer la compra con tu chica… -una vida salvaje, sí-), pero terminó convertido en uno de los mejores del verano gracias al poder curativo de la música y al Getxo&Blues. Me explico. No quisiera hablarles como un predicador de góspel henchido de fe, pero es que fuimos arrasados por un huracán llamado Davina & The Vagabonds… y aún no nos hemos recuperado. ¡Qué maravilla! ¡Qué metales! ¡Qué voz! ¡Qué contrabajista! ¡Uf! Vayamos por partes…
En formato quinteto, los de Minnesota arrancaron conjuntados y escorados al rockabilly ortodoxo cincuentero pero, al minuto, percibimos que no eran más de lo mismo. Sonido glorioso, voz aguardentosa, poso, gusto y respeto por los clásicos. «Por favor, que no decaiga«, pensamos. Y no, no sucedió. Como un cable de alta tensión, los «vagabundos» no solo no aflojaron, sino que, empujados por un público entusiasta, dieron un concierto creciente; créanselo. El soul sonó glorioso (lo juro, con la voz grave y precisa de Davina nos acordamos de la «ginqueen» Amy); en el rock se pasaron por la piedra a luminarias como Imelda May (y conste que nos gustó mucho en BIME Live 2014); y cuando se tumbaron hacia el ragtime neworleansero-rollo-Mardi-Gras, el resultado fue para frotarse los ojos… ¡¡Qué solos de trompeta!! ¡¡Qué tenebroso y divertido el contrabajo!! Parecía que estábamos dentro de una peli de Tim Burton (la gente bailaba y daba palmas siendo de día y sin estar ebria -no saben lo difícil que es eso-) y Davina sonreía complacida a la banda y se chupaba las palmas de las manos antes de pasarlas a toda velocidad por los marfiles, en un gesto entre pueril y macarra, muy a lo Jerry Lee Lewis. Fue un bolo de chapeau en todos los aspectos. Y cuando, tras 95 minutos, pasamos por el puesto de merchandising, vimos que se habían vendido casi dos cajas de «Sunshine» (Roustabout Records, 2014), su último disco. «El termómetro definitivo de si un concierto ha gustado -me dijo un colega hace tiempo- es la venta de discos al final del mismo«. Si esto es verdad, Davina y cía. merecerían tocar en el próximo Azkena Rock Festival, ahí les dejamos la idea a los organizadores… Se lo aseguramos; alucinarían.
Raro de verdad el bolo del exJames Brown Maceo Parker el viernes 17 de julio en Getxo&Blues. En su primera hora presentó un funk pegajoso, clásico, casi hipnótico e impoluto. Está claro que a estas alturas en lo suyo (permítanme el chiste: nadie le sopla). Acompañado por una banda notable (por ahí andaba Martha High, corista de cresta rubia, sesentona y con ropa que parecía robada del ultimo «Mad Max» -foto izquierda, por S. MacDonald-), Maceo arrancó salvaje (recordemos, el hombre llega ya a los 72 años) con recuerdos -a veces jocosos- a su expatrón James Brown y a Ray Charles, y un sonido con el que, si no te movías, es que estabas muerto. «Gonna Have A Funky Good Time» o «Make It Funky» sonaron gloriosos. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué la segunda parte fue tan rutinaria, tan deshilachada? ¿Qué aportó un solo de batería de cinco minutos? A veces, cuando los conciertos son largos -este duro dos horas y cuarto- uno tiene la sensación de que hay más paja que grano. La banda entró en barrena y terminó dando un bolo rutinario y hasta pesado; eso sí, repetimos, tras una primera hora más que notable. Aunque al salir arrastrábamos los pies, con una sensación agridulce…
Haciendo memoria justo antes del concierto de Eric Sardinas & Big Motor el sábado 18 de julio, llegamos a la conclusión de que era la sexta vez que veíamos al yanqui (de ascendencia cubana, eso sí). Somos, por tanto, lo que se dice fans. Con su dobro electrificado (ya saben, guitarra acústica a la que la metes electricidad), EC (como ponía en el reverso de su instrumento) dio el bolo que de él se esperaba. Es cierto que ya no es aquel salvaje de hace diez años, que teloneando en la sala Santana 27 de Bilbao a Steve Vai, se metía a tocar entre el público y quemaba la guitarra al final de los conciertos; pero no hay que restar mérito a lo que hace Sardinas. Un profesional que toca soberanamente y que cubre sus carencias con un oficio que para sí quisieran muchos.
En 100 minutos incluyendo un bis («Tocaríamos toda la noche, pero no podemos«; ¡anda ya!), el trío de formación rockera clásica (guitarra, bajo y batería) se fue paseando del bluesazo clásico (onda John Lee Hooker) al ardiente rock tejano (Stevie Ray Vaughan) o el wah wah irresistible de Hendrix. Es cierto que les faltó un punto de inspiración, de frescura (que ellos no buscaron en ningún momento, quede claro), pero también es verdad que, el que suscribe, no se aburrió ni un minuto. Por tanto…