El LP más accesible del soberbio guitarrista estadounidense contiene una colección de canciones que son piezas de orfebrería totalmente acordes a los estándares pop y rock pero para nada previsibles
Sin que parezca que por ello haya dejado aparcada su propensión a trabajar con otros artistas, lo cierto es que la apuesta que Steve Gunn hizo hace unos años en aras a cimentar poco a poco una carrera en solitario que le permitiera profesionalizarse a la vez que se hacía un nombre entre los guitarristas más destacados de su generación ha resultado exitosa. Vista con perspectiva, es todavía más importante comprobar que no muestra señal alguna de agotamiento.
En poco más de diez años el guitarrista de Brooklyn –aunque originario de Pennsylvania- ha labrado una carrera muy prolífica y siempre reseñable. En ella ha colaborado –entre otros, y no precisamente pasando de tapadillo por los resultados- con Kurt Vile, Michael Chapman (a quien produjo el excelente «50», de 2017), Hiss Golden Messenger, Mike Cooper, Meg Baird o la donostiarra Elena Setién, en cuyo nuevo LP («Another Kind of Revolution», de inminente aparición) incorpora excelentes guitarras en dos canciones, que grabó por cierto en Bilbao y en el mismo el Kafe Antzokia en el que había actuado la noche anterior. Si pasamos a su carrera en solitario nos encontramos con casi una docena de discos notables en una secuencia durante la cual ha ido abandonando progresivamente los ejercicios experimentales para irse refugiando en un tipo de propuesta más austera, que arrancó probablemente con el «Way Out Weather» de 2014 y cristaliza ahora con el que es hasta la fecha su LP más accesible.
Gunn, que es un guitarrista de verdad soberbio, trabaja desde la tradición sin resultar obsoleto y sin enturbiar su mensaje en ningún momento con filigranas pirotécnicas o amaneramientos de cara a la galería. Partiendo de esquemas que resultan familiares a poco que uno haya navegado por el folk y el rock clásicos, consigue un mensaje actualizado desde un enfoque simple y predominantemente acústico gracias a un discurso tranquilo que construye a base de riffs precisos y meticulosos. Con ellos logra que sus canciones cuenten con una dinámica que les sitúa entre lo meditativo y ese tradicional traqueteo propio de los espíritus libres de tradición norteamericana, paradójicamente más bien localizados en la costa oeste californiana. Dotado de una capacidad técnica poco común que le permite resolver con pericia cualquier situación, muchas veces recurriendo a guiños sorprendentes –que pueden incorporar desde destellos del rock con label de Nueva York hasta recursos típicos del raga hindú-, sus canciones terminan siendo piezas de orfebrería que encajan sin problema en los estándares pop y rock sin por ello resultar previsibles.
«The Unseen in Between» (Matador Records) es un disco contemplativo y con cierto aire de nostalgia, marcado por la muerte de su padre y todas esas cosas que a uno le atormentan en la cabeza cuando pasa por ese trago. También por historias relacionadas con personas que han pasado por su vida en los últimos años y que, como contaba en una reciente entrevista para Rockdelux, le han dejado poso. Una colección de canciones que resulta sobre todo natural, que agradecen unos arreglos nada complacientes que ha diseñado con altura de miras y en las que se luce con la voz –quizá su talón de Aquiles- algo más de lo que nos tenía acostumbrados. Todo para concluir un disco nada abstracto ni difícil, al que resulta muy sencillo engancharse y con el que aporta esa dosis de ambición que hemos echado en falta recientemente en otros nombres relevantes dentro del rock independiente -pienso en Coutney Barnett, por ejemplo-. Un anhelo que se agradece mucho dentro de un negociado al que últimamente le ha surgido competencia muy exigente.