Las películas de octubre: «Sonido de libertad» cuenta con una historia poderosísima y una fotografía que da empaque al conjunto, correoso y nada fácil. Además, te hablamos de «La maravillosa historia de Henry Sugar», la nueva obra de Anderson, disponible en Netflix
Recordarán que en «Apocalypse Now» el protagonista remontaba un río adentrándose en una selva cada vez más densa, más irrespirable y más lisérgica, hasta localizar a un semidiós con forma de general renegado.
Ahora, imaginen que no es un relato de Joseph Conrad y que ese tipo es un policía real que, durante años, trabajó en las más deplorables ciénagas de Latinoamérica para desarticular redes de pedofilia y tendrán una imagen aproximada de Tim Ballard, el protagonista de esta correosa cinta -si tiene usted hijos, no es un filme fácil de ver, se lo decimos ya- que llegará el miércoles 11 a nuestros cines precedida por la habitual polvareda mediática: Se dice que «Sound of Freedom» está financiada por grupos ultracatólicos y que el protagonista sea Jim Caviezel (el Jesucristo de Mel Gibson), tampoco ayuda a «airear» el conjunto, sabido que Jim no es, precisamente, un miembro de la izquierda abertzale.
Atravesada por un sesgado sentido del humor -«no te olvides la cartera, así será más fácil que identifiquen los cadáveres», le dice uno de sus hombres a Ballard- la película, pese a unas hechuras algo telefílmicas, termina arrastrando por dos razones: La historia que cuenta es poderosísima y la fotografía, metalizada, da empaque a un conjunto que jamás aburre.
Por cierto: A destacar que dicha fotografía es del gasteiztarra Gorka Gómez Andreu, también partícipe el año pasado de «Irati». Palabras mayores.
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Y EN PLATAFORMAS: «LA MARAVILLOSA HISTORIA DE HENRY SUGAR» (NETFLIX)
Autor de películas tan enormes como «El Gran Hotel Budapest» o «Isla de perros», el influyente Wes Anderson lleva no menos de un lustro dormido en los laureles, ensimismado en su genialidad -otro como Almodóvar-, dirigiendo productos inanes, repetitivos, perfectos en su asepsia y deslavazados en su pulcritud.
Tras la insufrible «La crónica francesa» y la inocua «Ciudad Asteroide», Anderson adapta a Roald Dahl con Ben Kingsley y Ralph Fiennes frente a la cámara. El resultado tiene la misma garra que un anuncio de compresas o de perfume de lujo. Eso, sí: Nada molesta o está fuera de donde debe.