Tras su paso por el Principal de Donostia el mes pasado, vuelve a Euskadi (al Teatro Arriaga de Bilbao) «Yo soy el que soy», el relato real del joven violinista gay Aaron Lee, maltratado durante años por su familia. En escena, él mismo pone la música en directo mientras una actriz le interpreta
«Yo soy el que soy». Algo más de dos décadas tardó Aaron Lee en poder pronunciar con serenidad esta autoafirmación. Nacido en Madrid de padres coreanos afincados en España, siempre fue un prodigio del violín: inició sus estudios a los nueve años, fue el alumno más joven en licenciarse en el Real Conservatorio Superior de Música (Madrid) y entró, también como su miembro benjamín, en la Orquesta Nacional de España recién cumplidos los 20 años. Rotundos éxitos profesionales y artísticos para un alma rota.
Porque, si en lo profesional siguió fielmente la senda familiar (tanto su padre como su madre eran músicos), en lo personal nunca pudo encajar: un chico gay en un hogar de opresivas convicciones religiosas aplicadas férreamente y hasta las últimas consecuencias en todos los ámbitos de la vida. Aaron sufrió primero en el silencio de su cabeza al descubrir su sexualidad; sufrió después al tener sus primeros escarceos furtivos gracias a contactos en Internet; y, sobre todo, sufrió en el seno de su propia familia cuando sus padres conocieron su realidad. Insultos, gritos, agresiones físicas y hasta un verdadero secuestro para intentar «curarle» (le recluyeron en una isla coreana tras retirarle el pasaporte).
El propio Aaron, desde la admirable serenidad que ha alcanzado ahora que tiene poco más de 30 años, relató ese periplo en la dolorosa autobiografía «Yo soy el que soy» (Letrame), un canto de amor a la música como tabla de salvación para aceptarse, primero; sobrevivir, después; y, finalmente, alcanzar la libertad. El libro se publicó el pasado año y es, claro, el germen del espectáculo que llega al Teatro Arriaga de Bilbao dentro de dos semanas (4 de noviembre). De hecho, la idea del montaje teatral nació tras organizar, para la presentación del libro, un breve acto en el que el propio Aaron tocaba el violín mientras la actriz Verónica Ronda recitaba algunos pasajes.
A partir de ahí, la propuesta fue creciendo y evolucionando. Se amplió en duración, comenzó a representarse en Madrid y, ahora, para la gira, ya se ha convertido en una verdadera adaptación teatral. De hecho, cuenta con una dramaturgia tejida específicamente (por Javier Ruescas junto al autor) con la que se ha logrado un guion más redondo que el libro original, gracias a que se han mantenido el tono y la voz originales de Lee pero se ha dotado al relato de mayor concisión, empaque y equilibrio.
Lo que sí se ha querido mantener de aquellas presentaciones iniciales es el formato: un piano en directo de fondo, Aaron interpretando al violín una selección de piezas que han sido importantes en su vida y una actriz reviviendo en primera persona la infancia, adolescencia y juventud del violinista.
Puede parecer cuestionable esa decisión de que sea una actriz la que represente un soliloquio que, en realidad, corresponde a un hombre real que, para más inri, está en el escenario junto a ella. Sin embargo, la apuesta funciona. Y más en manos de María Romero, quien, obviamente, no recita un libro, sino que se deja la piel interpretando un monólogo. Desde el mismo arranque de la función, ella entra de lleno en la historia del músico y la vive con una verdad que no permite al público soltar el nudo de la garganta durante los 75 minutos que dura.
Al intenso y arrollador trabajo de la actriz le acompaña, como decíamos, un Aaron Lee taciturno y descalzo que, en todo momento, permanece en escena. A veces estático, a veces merodeando, incluso entrando en alguna escena de su vida como un mero extra. Y, las más de las veces, ejecutando al violín con maestría piezas musicales que se van intercalando en el relato a modo de pequeños balones de oxígeno. A su música le sirve de apoyo el piano de Miguel Ángel Castro, lo mismo que Romero apoya su interpretación en una sencilla escenografía (básicamente una mesa y unas sillas) a la que la directora, Sara Pérez, ha sabido sacar chispas para reconstruir ingeniosamente todos los elementos que la historia requiere.
Hay quien argumenta que, por las propias características de la propuesta, este espectáculo “no es teatro”. Pero no podemos estar más en desacuerdo. Si, desde tiempos inmemoriales, el teatro es catarsis, “Yo soy el que soy” lo es. Y con mayúsculas. Es teatro de una intensidad emocional que casi duele físicamente; es teatro que toca y cambia al público; es teatro que permite compadecer (en el sentido de ‘tomar una parte del padecimiento ajeno’) la historia real de supervivencia de Aaron Lee. Una historia que, hay que recordarlo, ocurría en la mayor y más cosmopolita ciudad de España en pleno siglo XXI. Para que luego nos vengan con lo de que la homofobia es ya algo más que superado…